Una familia adoptiva

“Una familia adoptiva siempre será una familia adoptiva”

Esta frase viene de serie en una de las formaciones que las posibles familias adoptantes tenemos que pasar para obtener el certificado que nos “califica” como idóneos para poder cumplir nuestro sueño. A pesar de la dureza de estas palabras y de lo abrupto en ocasiones del proceso, tienen todo su sentido y son necesarias; necesarias porque una familia adoptiva tiene sus peculiaridades y los niños han de ser conscientes de su presente, cálido y seguro, pero honesto y carente de falsedades con respecto a su pasado.

Tal vez haya quien empiece el proceso pensando en familias que acogen bebés a quien sus progenitores dan al nacer, bebés que no han padecido ningún tipo de maltrato ni calamidad y que pueden tener un desarrollo dentro de los parámetros de una “normalidad”. Pero nada más alejado de la realidad; en la provincia de Castellón, por ejemplo, la estadística nos dice que sólo uno o dos niños al año cumplen esas condiciones. ¿Y los otros niños y niñas? Pues en su inmensa mayoría son personas que en su corta edad han padecido algún tipo de ausencia, maltrato o calamidad, pequeñas tortugas que han tenido que enfrentarse desde muy pequeñas a un entorno hostil y en el que su desarrollo psíquico, físico y emocional ya está condicionado de una manera muy peculiar. Esa potencialidad de supervivencia aparece perfectamente reflejada “Cuando fuimos tortugas”.

El proceso

Una de nuestras hijas fue tortuga … Para ella y, también para su hermana, los cuentos, las historias, las poesías y las nanas han sido una parte importantísima, no de su adaptación, sino de su vida, de nuestra vida en familia. Cuando nuestra tortuga llegó a casa pasábamos horas contándoles los mismos cuentos, una y otra vez, mañana, tarde y noche; a las dos semanas en el coche dijo su primera frase estructurada “¿Quién me ha hecho esto en la cabeza?”; porque en nuestros viajes nos cargábamos con nuestros libros y nos inventábamos historias donde ellas surgían de calabazas o sandías o caían de un lucero mientras contemplábamos las perseidas. Todo aquello se complementaba con sus recuerdos sesgados, imágenes que rescataba su memoria inmadura y que le sacudían en largas noches de pesadillas donde buscaba refugio a los pies de nuestra cama.

Las historias, los años y ellas fueron creciendo y cuando pensábamos que ya había pasado todo el proceso de adaptación el edificio se resquebrajó y apareció otra vez el sufrimiento psíquico como causa de aquello vivido los dos primeros años de vida; no fue fácil, pero continuamos adelante y ahí estamos. “No sabes de lo que te he salvado” – le decía muchas veces a su hermana. Nuestra tortuga ahora es tigresa, como en aquel otro libro tuyo Mar, que tanto le emocionó en su momento.

Lectura en familia

La lectura en familia del libro fue emocionante; empezó de forma conjunta pero luego cada uno escogió su momento y nos lo íbamos pasando, comentando quien era Sonia, lo que era un diario, la serpiente… Hace años en Costa Rica pudimos ver a una tortuga bobal poniendo sus huevos y fue una de las cosas más maravillosas que hemos compartido en familia. En seguida se sintieron enganchadas al relato, a pesar que no es sencillo para nosotros como padres. El uso de la primera persona todo el tiempo ese vocabulario preciso, de niño, es arriesgado pero resulta tremendamente acertado porque se les otorga a los niños adoptados una voz que se pierde en la mayor de las veces.

Como maestro viví con preocupación el fracaso de la escuela donde acuden los mellizos; porque un caso de bullyng no detectado o no tratado a tiempo es un fracaso institucional que debería poner alarmas, revisar protocolos, actitudes y los cimientos mismos de un sistema que no protege como debiera a la infancia. La figura de Sonia, necesaria y complementaria a los padres también nos parece un acierto. “Esa es la psicóloga papá”, afirmó mi hija cuando le pregunté. Las explosiones y enfados como prueba de un malestar psíquico también nos suenan un poco…

Una familia adoptiva

“Una familia adoptiva siempre será una familia adoptiva” y no sé si mis hijas ahora mismo son tortugas o tigresas, pero lo que sé si sé es que todavía combaten contra el estigma de ser adoptadas; afortunadamente son capaces de convertir esa palabra tan extraña, “adoptadas”, en un valor, en una pieza que las define y las hace únicas y fuertes. Gracias Mar, por ampliar la voz de estas niñas y niños, a los que la vida y los adultos no les podemos fallar otra vez.

*Reseña de un padre y maestro tras la lectura de Cuando fuimos Tortugas de Mar Benegas

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