Artículo de Silvia García Esteban
El día 10 de Septiembre fue el día Mundial de la Prevención del Suicidio, en diversos actos y jornadas pudimos celebrar el fin del silencio, ahora se empieza a poder hablar de un significante que sigue asustando a una sociedad que parece querer vivir al margen de la muerte y del dolor.
Se está empezando a generar una conciencia social sobre esta gran problemática que cada día alarma más, sobre todo por el impacto que está teniendo en la población más joven. Se calcula que en el último año hemos perdido a siete niños y adolescentes, menores de 19 años, al mes por suicidio.
En nuestro país mueren por esta causa unas once personas al día, once suicidios consumados cada día, y 200 intentos no logrados, unas cifras realmente dramáticas.
Porque detrás de cada uno de estos actos desesperados, en la inmensa mayoría de ocasiones, lo que hay es mucho dolor y mucha desesperanza. La inmensa mayoría de personas que se quitan la vida no quieren morir, lo que quieren es dejar atrás un sufrimiento que se les vuelve insoportable y ven la muerte como el fin de tanto dolor.
A veces las cifras nos hacen olvidar que detrás de cada suicidio hay una historia de vida, un contexto social y cultural que han empujado a la persona a precipitarse al abismo.
Prevenir el suicidio sin cuidar de las personas, sin interrogarnos sobre lo que debemos cambiar como sociedad porque causa mucho sufrimiento, está condenado al fracaso. Hace falta incidir en las causas para abordar este problema de salud pública. Sólo la muerte parece golpearnos, no así el sufrimiento que tantas personas padecen.
Pero también es necesario hablar de suicidio, abordarlo con palabras, en un mundo en el que las imágenes nos inundan, imágenes a veces llenas de fealdad y de violencia, necesitamos elaborar lo difícil a través del lenguaje.
Y en este trabajo de poder poner palabras a una experiencia tan humana como es el suicidio, también nos auxilia la literatura.
Hay multitud de grandes voces de la literatura que dan cuenta de ello, tenemos la narración de Piedad Bonet que en su novela “Lo que no tiene nombre” trata de poner palabras al suicidio de su hijo Daniel.
Nos dice: “Con los pocos elementos de que dispongo reconstruyo imaginariamente las circunstancias, esas que hacen de toda muerte un hecho único, pero más único esta vez, porque Daniel no ha muerto plácidamente en su cama, adormecido por calmantes, como todos soñamos morir, sino que ha saltado desde el techo de un edificio de cinco pisos para ir a estrellarse sobre el asfalto. Trato de pensar en la lucha que debió librar entre el deseo de acabar y su miedo, y me pregunto si fue un suicidio por impulso, un acto irreflexivo, o por el contrario una acción premeditada, lo que los expertos llaman un «suicidio por balance». ¿Había subido antes hasta el techo a preparar el terreno? ¿En qué pensaba cuando saltó? ¿Qué se siente al caer? ¿Se pierde la conciencia? ¿En las últimas horas pasamos los que lo queríamos por su cabeza? Las preguntas se alzan y mueren al instante, vencidas, derrotadas.«La verdad es maraña», escribe Javier Marías.
Ahí arriba, en medio de la oscuridad de la noche, me asaltan implacables las imágenes. Imágenes de vida, imágenes de muerte. Y revivo el nacimiento de Daniel entre el agua, la luz tenue de la sala de partos, la música, el pequeño cuerpo todavía atado al cordón umbilical colocado cuidadosamente sobre mi pecho para que pudiera acariciarlo y besar su cabeza aún embadurnada: toda una escenografía con aire de nueva era, un poco sentimental, un poco cursi, planeada para que su ingreso a este mundo fuera un tránsito dulce; y pienso en tanta ternura y tanto cuidado derrotados por las sombras desquiciadas del miedo y de la muerte.
Este texto nos sacude lanzándonos multitud de interrogantes, podemos adentrarnos en el dolor de la mano del lenguaje literario, podemos reflexionar y pararnos frente al ruido. Quizás este texto le pueda servir a alguien, para acompañar una perdida o para no lanzarse al vacío, porque la palabra puede ser barrera de protección, puede ser salvavidas, puede ser defensa frente al horror. Preguntas sin respuestas de una madre, preguntas trenzadas con el lenguaje literario que nos permiten a acercarnos a esta realidad que nos interroga a todos.
Porque no nombrar lo que nos asusta, lo que tememos, lo que nos habita en nuestra contradicción, no nos protege, nos deja mucho más desamparados y huérfanos.
En esta semana de concienciación sobre el suicidio quería compartir dos lecturas de libros álbum con las que trabajo en clubs de lectura de personas con sufrimiento psíquico que abordan esta temática de forma muy diferente.
Una de las lecturas con las que abordamos el tema del suicidio es “Ana del Lago” de Kitty Crowther. Un álbum fascinante, con una de las escenas más bellas que he podido contemplar para mostrarnos el suicidio. Un libro que nos habla de la soledad, de la desesperanza, pero también del profundo sentido de la vida.
La aproximación al suicidio, con un texto de gran belleza, que nos transmite cómo Ana no encuentra el significado de seguir el viaje de la vida. “Esta noche está de más”, piensa nuestra protagonista. Tiene un plan de suicidio, se va a lanzar a las aguas con una piedra, una vez que se despide de las cosas que siempre han estado con ella.
Esta escena, llena de belleza, de placidez, es una escena que hemos comentado mucho en los grupos. Es una imagen tan llena de luz que a veces les parece que disfraza el acto. Aunque no piensan en ningún momento en que romantice el suicidio, sino que lo representa de un modo diferente, de tal forma que se puede abordar mejor.
Se quedan fascinados y nunca aparece el miedo a tocar lo doloroso, muchos de los participantes han sobrevivido a intentos autolíticos, y sin embargo no se asustan y quieren hablar de sus experiencias en diálogo con esta ilustración. Cuando hablan de sus suicidios me dicen que el suicidio siempre es un acto logrado, que, aunque no mueras biológicamente se produce una especie de “muerte”, la persona que fuiste ya no existe y te transformas en otra.
Algunos grupos, cuando la interpretan, me dicen que al igual que Ana descubre el misterio de los gigantes en la profundidad del lago cuando se lanza para acabar con su vida, en los intentos autolíticos también descubres una verdad, que muchas veces puede transformarte.
También hablamos de dolor y de las causas del sufrimiento, de lo que les llevó a esos lugares oscuros que podían haber acabado con sus vidas.
Una interpretación muy interesante fue que en realidad toda la aventura posterior de Ana era el sueño de la muerte, que por eso tenía un final feliz, porque el descanso después de tanto sufrimiento era tan grande que mientras Ana caía al fondo del lago se producía ese sueño placido. Era como un tránsito pacifico hacia la muerte.
El el álbum, Ana es rescatada por un gigante de lo más profundo del lago, y en ese renacer encuentra una fuerza renovada dentro de ella, encuentra un significado nuevo que le hace emprender un viaje, y pasar de ser un objeto caído a ser brújula para otros, un viaje de generosidad que le lleva a descubrir el amor.
Para mí este libro habla también de eso que tanto se nombra en salud mental, la necesidad de una vida con significado, la necesidad de proyectos de vida propios, que en muchas ocasiones las personas no pueden tener por la soledad, la precariedad, la discriminación y la falta de escucha y oportunidades.
A algunos les chirría algo del libro, les parece que tiene un final demasiado feliz, a algunos les molesta un poco esta cuestión y también se preguntan por lo normativo del libro, porque al final te lleva a un camino único de la felicidad, ellos aspiran a ser felices de una forma propia.
Otra de las interpretaciones que dan es que lo que ella descubre en el lago, después de salvarse de la muerte, no es más que una alucinación, me dicen que la realidad es tan hostil que lo que le ocurre a Ana es una experiencia psicótica. Me dicen, al final la psicosis es una defensa frente a este mundo tan hostil y Ana crea esa ficción en su cabeza para poder soportar la vida.
Como podemos ver son absolutamente fascinantes sus lecturas, construyen conocimiento y nombran sus realidades, sus sentimientos y sus pensamientos. A veces pueden nombrar a través de la lectura, cosas que no pueden decir en otros contextos.
Un libro que habla de suicidio pero que el tránsito por su lectura les produce una reparación, esta es la magia de la literatura, esa magia que despertamos cada día en el encuentro entre los libros y personas que han sufrido mucho.
Otra de las lecturas que me gustaría compartir es “Bucear en verano” de Sara Stridsberg , que es un abordaje y un intento de comprensión del sufrimiento psíquico, desde la mirada de la infancia.
Una niña que descubre que su padre está ingresado en un hospital psiquiátrico y todas las preguntas que la abordan desde su perspectiva infantil.
Primero lo que descubre es la ausencia, esa silla vacía y ese silencio, esa falta de palabras, esa inquietud de no saber dónde está su padre. La primera lectura que hacemos de esta pregunta de Zoe es que si nadie le explica dónde está su padre es por la vergüenza, por el estigma social que implica un ingreso psiquiátrico. Interpretan en esa mirada ausente de la madre de Zoe el rechazo del estigma.
Y aquí surgen todas las experiencias que han tenido con sus ingresos psiquiátricos, cómo la familia les ha rechazado en muchas ocasiones, en parte, me decían, porque nadie quiere ir a un sitio tan desolador como un hospital psiquiátrico.
Pero me voy a centrar ahora en algunas preguntas que tiene Zoe en relación al suicidio, se pregunta por qué alguien podría no querer vivir en un mundo en el que existen cosas hermosas y sobre todo se pregunta cómo su padre podría no querer vivir en un mundo en el que está ella. La incomprensión desde la inocencia, de esta mirada de la niña nos planteó preguntas muy importantes, les confrontó con experiencias propias y las nombraron.
En los grupos llegamos a la conclusión de que no se puede comprender el suicidio desde la racionalidad, porque desde ahí no responde a una lógica compartida. Algunas personas que habían hecho intentos autolíticos me decían que muchos familiares les habían reprochado haberse intentado ir de este mundo teniendo hijos. Añadiendo la culpa a tanto sufrimiento.
Y me decían que intentar suicidarse no implica no querer a tus hijos, o no pensar en ellos, o ser una persona egoísta.
Es meterse en una espiral de dolor, es vivir cada día con un nudo en el estómago que se va haciendo más grande y te va ahogando, es que la vida te pese hasta límites insospechados, es no encontrar sentido a nada, es caer en una desvalorización que te hace sentir una carga para los demás.
Las ideas suicidas son también ventanas abiertas que te dicen que algún día vas a poder dejar atrás tanto dolor como el que sientes cada minuto de tu vida, porque vives por fuera del tiempo y el espacio bajo una oscuridad que lo domina todo.
Y a veces las personas se precipitan por esas ventanas como un último grito de desesperación.
El suicidio, me decían, responde a una lógica propia porque cuando algo te empuja a este acto, en ese momento, realmente piensas que es lo mejor para ti y para los demás, abandonar el sufrimiento que se torna invivible y dejar de ser una carga para las personas que tienes a tu alrededor.
Quizás el gran problema de esta sociedad es la absoluta incomprensión del dolor psíquico, es no poder ponerse en la piel de las personas que viven con sufrimiento psíquico extremo.
Y quizás es una asignatura pendiente de nuestra sociedad, mirar a los ojos a aquella persona que sufre, no como a alguien extraño o enfermo, sino como a alguien que está sometido a una experiencia vital muy radical y difícil de atravesar.
Si escucháramos a las personas que han sobrevivido a un intento autolítico, que son los auténticos supervivientes, podríamos aprender mucho y construir formas de acompañamiento más eficaces y menos dañinas.
Responder con encierro y con unas correas al dolor humano, que es lo que la mayoría de personas se han encontrado, nos indica la incapacidad que tenemos como sociedad de cuidar de los más vulnerables y de cómo se siguen sumando daños a aquellos que viven con tanto dolor que han intentado abandonar este mundo.
Quizás en esta semana de concienciación del suicidio debemos dedicar un rato de nuestro tiempo a pensar en cómo acompañar estos malestares tan profundos, en cómo reparar tanto mal trato, tanta injusticia, tanta violencia como las personas con sufrimiento psíquico extremo hemos sufrido. Se puede prevenir el suicidio, pero para ello lo que hay que prevenir es el sufrimiento, como decía muy bien la Comisionada de Salud Mental en el acto que se celebró en el Ministerio.
Prevenir el sufrimiento implica escuchar el dolor y no mirar hacia otro lado, implica incorporar estos relatos como conocimiento con el que construir un mundo más vivible, en el que las personas tengan alternativas que las sostengan y no las dejemos caer en el abismo en la mayor de las soledades.
Silvia García Esteban
Silvia es mediadora de lectura para personas con problemas de salud mental y formadora desde la experiencia en primera persona desde hace 9 años. Actualmente es responsable de cinco clubs de lectura en los que acerca la literatura a personas atendidas en la Red de Salud Mental Pública de la Comunidad de Madrid que sufren problemas de salud mental. Imparte un curso de especialización recomendado tanto para profesionales de la salud como maestras, bibliotecarias, personas con sufrimiento psíquico o cualquiera que tenga interés en el tema. Puedes verlo aquí: Libro álbum y salud mental I. Descubrir la voz perdida.
Si te interesa el Libro álbum como herramienta terapeutica, echa un vistazo al curso de especialización Libro álbum y salud mental I. Descubrir la voz perdida.
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Imagen de portada: Libro Ana del Lago de Kitty Crowther.
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