Hace justo un año que nos confinaron. Los encuentros y visitas se quedaron suspendidos. La agenda se desmoronó como un castillo de naipes. Un año. Y en este tiempo, ¿qué ha sucedido con la infancia y la adolescencia?
Este curso he vuelto a visitar algunas escuelas e institutos, no muchas pero suficientes. Suficientes para darme cuenta de algunas cosas.
Es cierto que con la infancia (y la juventud) siempre miramos hacia otro lado. Las cosas de mayores son más importantes, merecen más atención. Esto es una constante que se ve y se repite desde siempre. Pero parece que, ahora, hemos mirado, más si cabe, hacia otro lado. Es obvio que las prioridades son otras. Que lo importante, parece, es mantener la maquinara productiva funcionando a toda costa.
Y los niños y niñas, los jóvenes, han dejado de existir. Se ha priorizado, eso sí, la vuelta a los centros educativos, que los guardan, para que el mundo siga girando. Pero se han cerrado espacios, parques y sus lugares de encuentro. Y se les ha prohibido el juego y el contacto. Hemos visto aulas congeladas este invierno, imposible hacer nada en esas condiciones, pero otros espacios cerrados funcionando, con calefacción, y, en muchos casos, sin mascarilla (restaurantes, bares y terrazas).
Porque si hay un colectivo fuera de plano, totalmente, desde que comenzó la pandemia, es, sin duda, la infancia y la adolescencia.
No pueden tocarse, se les niega el contacto, los abrazos, el juego… pero, mientras se acatan las normas con una responsabilidad incuestionable otros espacios estaban llenos de esas mismas personas adultas que les prohíben tantas cosas.
Y a todo “nos acostumbramos”.
INDEFENSIÓN APRENDIDA
La sensación, en general, es de miedo. Un miedo que va más allá de lo visible, de la razón. Esa sensación de indefensión aprendida que se observa a simple vista, en las personas adultas, pero también en los niños y niñas, en los jóvenes, es una del as cosas que he visto en mis encuentros presenciales de este curso.
Un conformarse , callar , “portarse bien” que esconde el miedo. Me decía Raquel, amiga y profesora de secundaria, que este año los chavales están asustados, que, en su instituto, no han puesto ni un solo parte por comportamiento, no por laxitud, porque no hay motivo. Y sí, eso corrobora mi experiencia: mejor así, no podemos hacer nada, no queremos que nos vuelvan a confinar (son las cosas que he escuchado cuando les he preguntado directamente).
En general, uno de los cambios más obvios que he podido observar es una actitud callada; poco contestataria, con dificultad de participar, de seguir, de jugar, de decir, derrotados. Atentos, como siempre en los encuentros, agradecidos (más que nunca, porque hacen mucha falta este año) pero con cierta falta de vitalidad o de conexión. Parece que flota un “nadie nos escucha, nadie nos mira y todo se derrumba”, y qué peligrosa es esa indefensión aprendida.
RESPONSABILIDAD
Otra cosa que he podido observar es la responsabilidad. Mucha más responsabilidad que esa que muestran las imágenes que intentan criminalizar a la adolescencia. En mi entorno cercano no ha sido así. Lo que he visto en las escuelas e institutos tampoco.
Una responsabilidad sin fisuras. Eso no quiere decir que no haya adolescentes (como personas adultas) irresponsables. Pero, en general, su madurez, su control y su empatía son incuestionables.
SILENCIO Y MIEDO
Un miedo callado. Sumergido. Como los grandes miedos. El miedo al dolor, a la muerte, a la imposibilidad de defenderse. Miedo a ese enemigo invisible y al poder que tiene. Un miedo que no puede nombrarse porque estamos a otras cosas y el mensaje pasa, obligatoriamente, por ser positivo y esperanzador, sin posibilidad de cuestionar nada.
Pero ahí está el miedo, como dejado caer sin darnos ni cuenta. Y se ve en una constricción corporal, una falta de palabra y de expresividad, una demora en las reacciones, como esperando permiso para todo: para hablar, para respirar, para pensar…
Esto se amplifica y se multiplica por la obligación del uso de las mascarillas, por el aislamiento forzoso, por culpa de esa distancia social impuesta.
Pero la verdad es que necesitamos tocarnos, mirarnos, ver nuestra expresión, sonreír, abrazarnos. Necesitamos sabernos tribu y afecto. Y más lo necesitan, todavía, la infancia y la juventud. Ese miedo es como una pantalla invisible, una campana de cristal. Y se ve, se toca, se siente cuando están frente a mí.
NECESIDAD DE DECIR Y DE NOMBRAR
Las cosas que han ido diciendo, que han ido compartiendo conmigo en la sesiones, me hacen pensar que ese silencio temeroso necesita ser contrarrestado. Y es a través de una necesidad de decir. De nombrar lo innombrable. Porque el virus está presente pero solamente desde la perspectiva de la sociedad como colectivo o del mensaje positivo de superación.
No se nombra como ese algo íntimo que todos cargamos como podemos. Ni de la relación que se establece con esa intimidad, amenazante, desde cada uno de ellos, niños, niñas, jóvenes…
Y es necesario, sí, nombrar la realidad, al monstruo, lo que sucede, para que la palabra conjure ese miedo. El silencio del miedo solamente se vence con la palabra.
Como este amuleto de Martina, que es un poema pero también un conjuro, una plegaria que ofrece, con sus versos, la luna, y la luz, y la calma, y la suerte. Que me llegó por su maestra, Belén, tras mi visita al colegio San José de Ontinyent y a sus alumnos de 5º. Y me hizo pensar en lo necesaria que es la poesía y poder conjurar con ella nuestro miedo.
Porque la poesía hace su camino, aunque no lo sepamos. Porque Martina lo tuvo claro: necesitamos esa luz, y esa calma, y esa suerte que nos trae con sus palabras, con su luna de versos. La necesitamos más que nunca, sin duda.
NECESIDAD DE ESCUCHAR Y ESTREMECERSE
Igual que recuerdo esa sesión de diciembre, con 5º de primaria también, cuando les contaba sobre la posibilidad transformadora de la palabra, de cómo me ayuda a nombrar lo doloroso o a que la vida no me sobrepase. Les hablaba también de cómo nació el poema más hermoso del mundo, el que más me gusta. Les hablé de “Nanas de la cebolla” y cómo y por qué Miguel Hernández lo escribió en la cárcel.
La posibilidad de transformar el sufrimiento en belleza, dije. Y entonces, esa niña del fondo, levantó la mano y me dijo si les podía leer el poema, en voz alta. Tuve que buscarlo porque no estaba preparado para esa sesión. Y escucharon con una atención nueva, intensa, profunda. Yo sabía que no estaban entendiendo muchas de las cosas que nombra el poema, pero otras sí, las importantes sí. Al terminar me dijo: es precioso de verdad. Lo dijo sin fisuras, emocionada. Y yo supe que ese poema no podría haber sido leído en otro momento. Fueron ellos los que lo pidieron, ese era el día que esos niños y niñas tenían que escucharlo y saber de su fuerza, aunque no lo entendiesen del todo todavía.
Estremecerse también, con esos versos bellísimos que fueron como un bálsamo: “En la cuna del hambre / mi niño estaba / con sangre de cebolla / se amamantaba”…
JUGAR PARA DECIR
Tal vez por eso, hace unas semanas, en mi última visita a un instituto, con 1º de la ESO, decidí no pararme solamente en la escritura a modo de juego o desahogo. Sí, es necesario: expresar, jugar, despegarse del contenido, del libro de texto, hablar de poesía, de emoción, reír y permitirse saltarse las normas. Pero llevaba un tiempo pensando en cómo hacer del taller, de la parte de escritura, un modo de expresar todo aquello que bullía dentro de esos muchachos y muchachas.
Y fue a través de Oulipo y de “Con el ojo de la i“, con el taller de lipogramas que siempre hago (un poema que solamente contenga la vocal “a”), que decidí buscar el modo.
Fue en Bocairent, en su instituto, invitada por Rosa Belda, cuando probé a cambiar parte del taller.
Primero hicimos, como siempre, el lipograma con la a (que tantas alegrías me da siempre). Que dejó versos tan fabulosos como este: “LA VACA FLACA ASALTA LA CASA BLANCA”, un verso de Paula, entre otro montón de versos divertidos y juguetones. Pero, además, este verso, viene a mostrarnos cómo la poesía, el juego, la sátira, tienen esa capacidad de conjurar la realidad.
El pueblo tiene su voz en la poesía y puede burlar al poder, puede cuestionarlo. Aquello que no alcanza a comprender o a compartir es transformado. Como esas imágenes extrañas del asalto a la Casa Blanca que pudimos ver. Inquietantes, peligrosas y ridículas a partes iguales. Así, la realidad es apresada y conjurada, jugada, a través de la palabra.
POESÍA CONTRA EL MIEDO
La segunda parte del taller seguimos con Oulipo y los lipogramas. Esta vez fue una anáfora que no podía contener la “a”. Lo usé para hablar de esa amenaza silenciosa, del virus. De eso que ha trastocado toda nuestra vida.
Cada verso debía comenzar por “Llegó el virus y…” . Y sí, tenían mucho que decir. Os dejo una pequeña muestra seleccionada de sus poemas, a modo de cadáver exquisito, con sus palabras y sentires:
Llegó el virus y los derechos se llevó.
Llegó el virus y nos encerró.
Llegó el virus y no pudimos vivir.
Llegó el virus y se llevó los besos.
Llegó el virus y el ocio murió.
Llegó el virus y se quedó con los momentos felices,
perdimos el control y se nos fue de los dedos.
Llegó el virus y nos dejó solos.
Llegó el virus y todo se perdió.
Llegó el virus y con nosotros creció,
y todo se esfumó, y el mundo triste se quedó.
Llegó el virus y de nosotros se burló.
Llegó el virus y nos confinó.
Llegó el virus y solos nos dejó.
Llegó el virus y mucho se quedó,
muy triste estoy yo
porque el virus horroroso llegó
y un río de muertos de nos dejó.
Llegó el virus y rompió los sentimientos.
Llegó el virus y difíciles costumbres nos dejó.
Llegó el virus y todo lo empeoró.
Llegó el virus que se llevó los versos y borró los besos.
El virus que dejó todo gris y nos quiso ver hundidos.
Llegó el virus que nos hizo fuertes.
Llegó el virus y nos encerró.
Llegó el virus.
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Por Esther, Marc, Saúl, Maria, Ainhoa, Nayara, Mar, Neus, Sabela, Sofía, Paula, Júlia, Claudia, Isabel, Inés, del IES Bocairent, 1º de ESO (12-13 años, para los que nos leen desde otras latitudes.
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Mucho que decir. Tal vez deberíamos dejar que digan. Escuchar, permitir, acompañar.
Mañana vuelvo a una escuela, veremos qué me cuentan.
Qué maravillosas muestras de la interioridad de los estudiantes en esta etapa de confinamiento y las secuelas emocionales que están marcándolos. También muy valiosas y motivadoras las estrategias empleadas para provocar, desencadenar ideas quizás reprimidas. Felicitaciones por el trabajo.
Gracias, Carmen, por la lectura. Un abrazo.
Una manera preciosa de expresar. Muchas gracias.
Gracias, Encarna. Un abrazo.
Maravilloso que nos recuerden esto, de vez en cuando.
Gracias Mar