Mirar con voz propia

Mirar con voz propia, un hermoso alegato literario donde se nos muestra lo necesario y  lo hermoso de llevar la literatura a todas esas personas que sufren problemas de salud mental e invocar la esperanza en medio de la oscuridad. La palabra como faro. La escritura. La lectura. Ofrecer la palabra escrita, la literatura, a aquel que transita por el tormento del vacío o de la angustia es ofrecer el salvavidas del lenguaje. 

La ficción para cualquier ser humano es la manera de profundizar en nuestra realidad, aquella que nos envuelve, rodea o aprisiona para hacernos preguntas. De este modo, acompañar con palabras, con libros, con la literatura a todas aquellas personas que sufren problemas de salud mental es dar luz, alumbrar la penumbra que les habita. El libro como ventanal abierto de par en par para asomarnos al mundo a través de la palabra escrita, tanto para conocerlo como para conocernos a nosotros mismos adentrándonos por el sendero de la ficción.

Ejemplo de cómo la literatura es mano que va abriendo la senda para dar voz a aquellas personas que en algún momento de sus vidas la perdieron o quizá nunca la hallaron, y así, acercándoles la palabra como interlocutora puedan encontrar su propia voz. 

Así que queremos compartir con vosotros la conferencia de Silvia García Esteban realizada en el marco de las Jornadas de Animación a la Lectura, Escritura y Observación, JALEO 2023.

 

Mirar con voz propia. Libro álbum y Salud Mental

En primer lugar, me gustaría compartir con todos vosotros la intensa emoción que me embarga en este momento.

Un instante difícil de superar frente a tanta belleza que me sobrecoge, por el espacio que nos envuelve y nos fascina con su historia, esa que es de todos, pero que inscribe algo de la mía en particular y es la marca que JALEO y EL SITIO DE LAS PALABRAS han dejado en mí.

Hoy estoy ante todos vosotros porque un día me Comí la luna con Mar Benegas, y descubrí ese primer poema que empezó a latir fuerte dentro de mí y que ya nunca me abandonó. Porque cuando estaba perdida, la Cartografía del viento me hizo poder encontrar un refugio en el bosque maravilloso de la ficción. Y ante las dificultades, una China en el estanque me dio palabras para nombrarme de la mano de Jesús Ge.

Para quienes no lo sepáis, este mapa es el que ha construido la mediadora que soy hoy, y estos nombres que nos llevan al terreno de la fantasía, no son otra cosa que algunos de los cursos que, junto a mis queridos maestros, he realizado en esta casa de palabras que ellos han construido con generosidad para todos nosotros. Así que no podía comenzar esta conferencia sin este pequeño homenaje, sin nombrar esta gran seña de identidad que me habita y sin agradecer a Mar Benegas y Jesús Ge, esta grieta que han abierto por donde, sin duda, entra la luz.

Hoy vengo a hablaros de otra grieta, la mía, que es un poco la de todos, una hendidura en la que me siento bien, un camino que he ido tejiendo con los hilos que ligan indisolublemente el llamado campo de la salud mental y la literatura.

Me gustaría antes de comenzar este viaje situar este significante “salud mental”, darle una envoltura simbólica que nos distancie de esa significación, que ahora se ha instalado, invadiendo el discurso social, de la mano del mercado y del capitalismo que todo lo fagocitan.

Un significante que, en muchas ocasiones, ha dejado de invocar aquello que debería nombrar, y que se ha colocado del lado de esta sociedad productivista, de esta sociedad del rendimiento como la nombra Byung-Chul Han en su libro “La sociedad del cansancio”. Una sociedad donde ya no hay “sujetos de la obediencia”, sino “sujetos del “rendimiento” donde la “positivización del mundo está permitiendo nuevas formas de violencia”.

De alguna forma, sufrimos un exceso de “positividad”, los sujetos son emprendedores de sí mismos, que se autoexplotan y se culpan de su propio padecimiento. Porque esta forma de violencia que es la “positividad”, se despliega precisamente en una sociedad supuestamente pacifica, con la consigna de la palabra empoderamiento como estandarte.

Hemos tragado, perdonadme la expresión, kilos de libros de autoayuda, aspirando a un supuesto yo infalible, dueño de su propio destino, que nos ha llevado a este lugar donde estamos ahora. La esclavitud de la “motivación” ha sustituido a la prohibición y a la ley. La anterior sociedad disciplinaria generaba “locos y criminales”, la sociedad del rendimiento genera “deprimidos y fracasados”.

Enfermamos de extenuación frente a la aspiración a un rendimiento sin límite, donde lo colectivo y el tejido social que tendrían que estar para sostenernos está siendo destruido y donde el sufrimiento nos atormenta leído desde lo individual y desde la culpa que disfraza este positivismo tan letal.

En contraposición a esta forma de violencia, que coloniza las palabras y les arrebata su sentido, es necesario tratar de mostrar algo de su verdadera esencia, porque como nos dice Ivonne Bordelois en su obra imprescindible “La palabra amenazada”: “La palabra entregada al poder no es lenguaje sino pura consigna, mandato, explotación, ajena a la preciosa libertad que es el destino profundo de la verdadera palabra humana”.

Quizás, la mejor vía para otorgarle esta envoltura simbólica es dar voz a los poetas y escritores que nos han narrado experiencias colindantes con este sintagma: salud mental. Experiencias que son de alguna forma extimas, un neologismo creado por el psicoanalista francés Jacques Lacan, que trata de nombrar lo que está más próximo, lo íntimo, pero que paradójicamente no deja de ser exterior.

El ser humano no puede evitar sentir como algo extraño, a algo que le recorre en lo más profundo de su ser. Hablo de esa experiencia que nos habita a todos, que es el sufrimiento humano, y que a veces preferimos ignorar o guardar bajo la alfombra, porque nuestra fragilidad y vulnerabilidad, eso que nos hace necesitarnos unos a otros, lejos de ser un valor, lo hemos transformado en una debilidad.

Nos dice Sylvia Plath en su novela “La campana de Cristal”: “Me vi a mí misma sentada en la bifurcación de ese árbol de higos, muriéndome de hambre sólo porque no podía decidir cuál de los higos escoger. Quería todos y cada uno de ellos, pero elegir uno significaba perder el resto y mientras yo estaba allí sentada incapaz de decidirme, los higos empezaron a arrugarse y a tornarse negros, y uno por uno, cayeron al suelo, a mis pies”.

Esta obra fue publicada bajo seudónimo poco antes de su suicidio. En el libro “Locura y creación”, en un ensayo de Yael Noris, ella nos dice: “En el relato de La campana de cristal asistimos a un dolor de existir, un vacío existencial, una posición de desecho frente a la cual un sujeto se aferra identificándose a ello”, describiendo la escritura de Plath como un andamio frente a la melancolía que padecía.

 

 

Las palabras de Alejandra Pizarnik de sus Diarios que recogen Cristina Piña y Patricia Venti en el libro “Pizarnik, biografía de un mito” también reflejan con crudeza la realidad y la causa del dolor psíquico, nos dice: “[…] cuando nadie me veía me golpeaba la cabeza contra la pared hasta que venía mamá a arrancarme del muro y a ordenarme que no me haga la idiota. Ahora, querida mamá lo hago de memoria y por más que te encolerices y grites, tu amenaza ha sido consumada […] A veces me gusta decir que tus gritos fueron los causantes, y en verdad así debe ser. Me diste más miedo que el que pueden dar a una niñita en la selva los rayos, la lluvia, los animales crueles. Me diste tanto miedo que hasta temo odiarte y cuando pienso en ti me emociono y tiemblo y quisiera destruirme más aún – sí ello fuera posible- para calmar tus deseos arbitrarios y confusos que sólo expresaste con tus gritos y amenazas espantosas. Cada vez que me recuerdo niñita me vienen ganas de que te mueras de una muerte horrible y que la asocies de alguna manera conmigo y que reconozcas en ella tu justo castigo”. 

 

O en este poema del gran Leopoldo María Panero, imposible no nombrarle. Un poema de su libro póstumo “La mentira es una flor”:

“Una serpiente se enrosca en mi cuello

Y susurra en vano palabras al viento

Que todo lo borra

Que borra mi mano y mi pie

Y mi cabeza

Para que el mundo sea sólo señorío

Del viento

Y rey de la ruina”.

Espero que con esta pequeña introducción haya podido situar el significante, salud mental, dentro del campo del sufrimiento humano y no en el de la enfermedad, la sinrazón o el déficit. Que hayamos podido entender, desde la emoción que nos transmite la palabra poética, que de lo que vamos a hablar es de dolor, de heridas y cicatrices, y sobre todo de nudos y de cómo tratar de desatarlos para que no ahoguen nuestra voz, tal y cómo los nombra Piedad Bonnet en su libro “Lo terrible es el borde”:

 

Piedad Bonnett.

NUDOS

Cómo desatar este nudo me digo

Y en él concentro la mirada para que arda.

Lo que en mis ojos late no es fuego, sin embargo

Sino impotencia:

esa parálisis

que nace del temor a la derrota

Un nudo pareciera provenir del azar, ser inocente

De la tensión que encierra. Pero engaña

(No hay nudo sin proceso,

sin movimiento previo, sin lazadas)

Podría deshacerlo

si supiera por dónde comenzar o hubiera un método

para manipular tanta maraña.

Pero dentro del nudo hay un silencio, un ensimismamiento

La trabazón perversa que nos lleva

del querer desistir a la esperanza.

 

Llevar la literatura a personas que sufren problemas de salud mental es tratar de conjurar la esperanza en medio de la oscuridad, la que les apresa y también la de un mundo que les rechaza, por eso llevo más de siete años haciéndolo. También, porque sé muy bien lo que es el abismo, he vuelto de él, de sus paredes negras, de ese no-lugar como lo nombra Princesa Inca, del frío del desamparo. He vuelto porque pude caminar hacia la luz y las palabras me salvaron, fueron y son siempre mi faro.

Nos dice también Bordelois “En verdad el lenguaje no nos es suficiente, pero nos es necesario, la palabra sola no puede salvarnos, pero no nos podemos salvar sin las palabras”.

Me gustaría también transmitiros el profundo sentido de llevar la lectura a personas con sufrimiento psíquico, y para ello creo que el mejor sendero es preguntarnos qué puede implicar la ficción para los seres humanos, para cualquiera. Nos dice Gustavo Martín Garzo en su libro “Elogio de la fragilidad”:

“Ni los cuentos ni la poesía han surgido para apartarnos de la realidad, sino para permitirnos adentrarnos más profundamente en ella”.

Ficción y realidad necesitan convivir en el ser humano, no podemos vivir sin la ficción. 

Sigue Gustavo: “Sabemos por qué hemos nacido o por qué tenemos que morir, por qué existe la injusticia o la desdicha, qué es el amor y por qué nos hace sufrir. Nuestra vida está llena de preguntas que no podemos evitar hacernos sin descanso. Para mantenerlas vivas y mitigar a la vez la angustia que nos produce no conocer sus respuestas existe el mundo de las fábulas y los cuentos. El mundo inagotable de la ficción. Estamos perdidos y buscamos un camino que transforme nuestra vida en una historia que merezca la pena contar, una historia que nos consuele con su belleza”.

Para profundizar en nuestra realidad, la que nos rodea, pero también la que nos habita o nos aprisiona, para hacernos preguntas mientras buscamos el camino, para construir una brújula o para no ceder a la desesperanza, por eso necesitamos de la ficción.

La literatura y el sufrimiento psíquico están tejidos por la experiencia de lo humano, y ese camino no nos lo dejan de mostrar los poetas, que saben transmutar el dolor en una experiencia de belleza y conectar la esencia de lo humano con el inevitable dolor que implica nuestra misma condición.

Nos dice Alejandra Pizarnik: “Se ha dicho que el poeta es el gran terapeuta. En este sentido el quehacer poético implicaría exorcizar, conjurar y además reparar. Escribir un poema es reparar la herida fundamental, la desgarradura. Porque todos estamos heridos”.

Ofrecer la literatura a aquel que transita por el tormento del vacío o de la angustia, es ofrecer el salvavidas del lenguaje.

El lenguaje, por un lado, nos parasita, en lo que Lacan llama “el trauma de la lengua”, nos dice que lalengua (escrito todo junto) implica la afectación irremediable del viviente, punto traumático al que nadie escapa y con cuyos efectos los sujetos tendrán que hacer algo. Pero tampoco hay que olvidar que el humano es un ser que no se hace un ser sino de palabras, y que el lenguaje, además, paradójicamente, es un tratamiento posible de eso que a la vez trastocó su existencia.

El lenguaje nos enferma, nos introduce en el malentendido, pero también es una posibilidad de sanación y por ello creo necesario ofrecerlo a personas con dolor psíquico.

Las personas con problemas de salud mental, fruto de sus contextos de vulnerabilidad, a veces tienen un lenguaje muy precarizado, su zurrón de palabras – como diría Mar Benegas- está muy vacío, carente de lo simbólico que nos hace falta para respirar, y a la vez están llenos de palabras que les duelen y les limitan.

La lengua, porque cada uno de nosotros habla una diferente, que está siempre vinculada a nuestras experiencias y afectos, está invadida por el efecto traumático de estos significantes que han marcado nuestra historia.

Ofrecer la experiencia literaria, es tratar de transformar esa realidad y también abrir esa otra vertiente del lenguaje que es la creación, el juego, lo placentero, que está ahí para decirnos que otro camino es posible si introducimos la veta de lo ficcional.

Las personas con problemas de salud mental, a veces, tienen grandes dificultades con el lenguaje, sufren de literalidad, apresados por unas significaciones mortificantes. En ocasiones no pueden interpretar las metáforas porque están heridos por su ambivalencia, y el sentido del humor o la ironía pueden ser fuente de dolor y despertar los peores de sus fantasmas. Lo sé muy bien, porque he padecido estos efectos y también porque el refugio de la palabra me ha salvado a mí misma de esta afectación.

Ivonne Bordelois también nos dice que “la calidad de nuestra vida depende de la calidad de nuestro lenguaje”, creo que por esto mismo debemos llevar esta posibilidad, esta llama, a estas personas, como un acto de justicia social.

Michèle Petit, que es un referente imprescindible para mi trabajo en su obra “Leer el mundo” nos dice: “Leer sirve para encontrar fuera de sí palabras a la altura de la propia experiencia, figuraciones que permiten poner en escena de manera distanciada o indirecta, lo que se ha vivido, en particular los capítulos difíciles de cada historia. Para desencadenar súbitas tomas de conciencia de una verdad interior, que se acompañan de una sensación de placer y de la liberación de una energía atascada. Leer sirve para descubrir, no por el razonamiento sino por un desciframiento inconsciente, que lo que nos atormenta, lo que nos asusta, nos pertenece a todos”. 

Ella afirma que leemos por tres razones: para apropiarnos del lenguaje, para apropiarnos del conocimiento y para fortalecer nuestra subjetividad.

Y de esto se trata con las personas con sufrimiento psíquico, de fortalecer su subjetividad, esa que a veces se encuentra tan fragilizada.

Porque la literatura nos ofrece la posibilidad de adentrarnos en nuevas formas de mirar el mundo, nos ofrece universos diferentes y retos para el pensamiento.

“La lectura pone en marcha el pensamiento, impulsa la actividad de simbolización, de construcción de sentido, de narración” nos dice Michèle Petit en su libro “La lectura en tiempos de crisis”.

Adentrarnos en los libros, nos permite crear nuevos universos dentro de nosotros, también la posibilidad de discrepar con ellos, porque estar en acuerdo o en desacuerdo con una historia es saber un poco más de nosotros mismos, es conectar con nuestra singularidad, y por ello fortalece nuestra identidad, que es de lo que se trata.

Lacan utiliza un término que me parece muy interesante, es el término escabel, que implica la necesidad de los hablantes de darse un ser distinguiéndose de los otros. De alguna forma apunta a la necesidad de afianzar esta subjetividad, de adueñarse de lo que nos distancia de los otros y nos ofrece una identificación, una entidad, la necesidad de un relato que nos nombre con una voz propia. En este territorio nos auxilia la ficción.

Pero no podemos seguir adentrándonos aquí sin dar un pequeño contexto de la causalidad de los problemas de salud mental, sin nombrar que los síntomas son defensas que los sujetos han creado para protegerse de una hostilidad a la que han estado expuestos, en realidad, un exceso de hostilidad, por eso se han roto. Porque es una realidad incontestable que la gran mayoría de personas con sufrimiento psíquico han estado expuestas a un grado muy alto de violencias.

Gustavo Martín Garzo también nos dice en su ensayo “Elogio de la fragilidad”, en el capítulo: “El anacoreta y psicótico”:

“El concepto de enfermedad mental es demasiado acomodaticio, ya que al definir la locura como enfermedad nos excusa de preguntarnos por su verdadero sentido”.

Es decir, que el sufrimiento psíquico tiene una causa y una significación. Trabajo con personas que han tenido que construir un delirio para dar un sentido al sinsentido de esta violencia a la que han estado confrontados sin haberlo elegido. Delirar, en su significado etimológico, apunta, no a un error del pensamiento, sino que implica literalmente “salirse del surco”, no es más que salirse del relato establecido. El delirio es una elaboración simbólica, es una ficción que el sujeto tiene que colocar cuando la realidad se le hace imposible de soportar, cuando está confrontado al abismo, para taponarlo.

Lo “real”, que se define precisamente como lo imposible de soportar.

Cuando este “real” invade al sujeto, éste coloca la ficción del delirio para protegerse, pero es una protección que es defensa y daño al mismo tiempo. Nadie elige delirar, simplemente algunas personas necesitan hacerlo, no delira quien quiere.

Gustavo, en el mismo texto nos dice: “El psicótico quiere que la realidad se someta a sus sueños”. Yo, más bien, diría, que no es que el psicótico quiera que la realidad se someta a sus sueños, sino que necesita la ficción del delirio para poder soportar esa realidad que le excede, alejándose de ella.

Estamos de esta forma en el mismo campo, en el de la ficción, la ficción del delirio y el espacio ficcional de lo literario.

Sigue Gustavo:

“Los psicóticos vienen de la muerte, del reino de lo siniestro sin embargo son dulces, silenciosos e infinitamente educados”.

[…] “La visión de una cama les conmoverá hasta la muerte porque ellos no pueden dormir”.

[…]. “Miran las cosas con los ojos terribles del que sabe que jamás serán suyas”.

[…] “Les gustaría no tener que esconderse. Su cuerpo no es el cuerpo de la pureza, sino el cuerpo nacido de la cuba de los despedazamientos. Cuentan a través de su sufrimiento la historia de nuestros corazones”.

Esto que dice tan poéticamente Gustavo, es una forma de nombrar la tenebrosidad que encierra nuestra historia, el no haber encontrado un deseo no anónimo donde ser alojados, haber sentido desde lo más descarnado de la expresión “ser arrojados al mundo”, que nombra el filósofo Heidegger.

Pero no hay un destino inexorable a este padecimiento, no hay un determinismo inaplazable.

Mi experiencia me ha enseñado, que la literatura puede convertirse en una muleta que compense esta ficción delirante que es tan dañina, que el sujeto puede llegar a renunciar a parte de esa ficción, si puede crear una narrativa diferente alimentada por el lenguaje literario que le sirva de escudo frente a lo que le atormenta.

Me gusta mucho la acepción que utiliza el psicoanalista Jacques-Alain Miller, del término bricolaje: fragmentos, piezas, retazos, trozos de un universo roto con el que el artista construye un nuevo universo a partir de residuos y restos produciendo un acontecimiento original.  Esto no es solamente aplicable al artista, sino a todos aquellos sujetos a los que se les da una oportunidad de hacer un bricolaje con el lenguaje, una lengua nueva anclada en lo literario que les sirva de asidero a lo vital.

Por lo tanto, me parece imprescindible trabajar en esta trinchera y seguir alimentando narrativas e identidades con el lenguaje literario.

Hasta ahora, he tratado de trazar un camino, desde definir la perspectiva de la salud mental desde la que trabajo, pasando por los vínculos entre el sufrimiento y la ficción para llegar a las posibilidades de recuperación que ofrece esta veta maravillosa.

Ahora, me gustaría adentrarme de lleno en mi proyecto, que consiste en ofrecer clubs de lectura con libro álbum a personas adultas que son atendidas en distintos dispositivos de la Red Pública de Salud Mental de la Comunidad de Madrid y que llevo haciendo desde hace siete años. Todas ellas, personas diagnosticadas con lo que la Psiquiatría llama trastorno mental grave.

El álbum, en mis clubs de lectura, es nuestra seña de identidad, por su poderosa narrativa visual y su intertextualidad, que nos permiten salvar las barreras que producen los efectos de los psicofármacos en las personas. Si nos paramos a pensar, en ese imaginario colectivo que tenemos de aquellos que tienen estos profundos padecimientos del alma, nos puede venir a la mente la imagen de alguien con la mirada perdida, que quizás sentimos ajeno a nuestro mundo, al que le cuesta conectar con nosotros si conversamos con él.

Estos efectos, son el estrago de los fármacos, que como dice poéticamente Princesa Inca: “dejan todas esas pupilas dilatadas de tanta química, que miran aturdidas y absortas, pero tienen la luz más hermosa”. 

Nuestro imaginario está construido con la huella de estos efectos, que son lo que pueden ver nuestros ojos, porque no podemos penetrar en la batalla interior que esconde su mirada, pero que no tienen su causa en los problemas de salud mental sino en esta forma de tratarlos. Las enormes dificultades que los fármacos producen en su capacidad de concentración y en su memoria, hacen a veces muy complicado su acceso a la lectura, pero estos libros nos permiten romper estas fronteras ejerciendo una acción para democratizarla.

Su narrativa visual como factor de inclusión, sus textos que transitan por el camino de lo poético y nos permiten conectar de forma poderosa con esa otra escena que es el inconsciente. Los diferentes niveles interpretativos que sugieren, donde caben todas las voces y todas las miradas, la experiencia de la belleza como experiencia transformadora. La posibilidad infinita de dialogar con nosotros mismos y con nuestra propia historia a la vez que con los demás, introduciendo lo colectivo como fórmula para sostenernos en esta puerta que abrimos, puesto que leemos en grupo.

Todo esto nos posibilita el álbum, siempre que lo ofrezcamos en un espacio de seguridad y de libertad donde no haya lugar para el adoctrinamiento, ni para la domesticación de las personas. Es necesario un lugar no jerárquico donde todas nuestras voces cuenten por igual.

La lectura al servicio de rebelarnos contra la injusticia, de denunciar las violencias que sufren, de nombrar heridas y como fórmula de revertir el lugar de segregación y de exclusión en la que la sociedad les sitúa desde el estigma social que padecen. Un entorno construido desde su propio deseo y donde les otorgamos la legitimidad de sujetos de pleno derecho, que les corresponde, sólo desde ahí, desde ese lugar ético podrá surgir su voz y su pensamiento, porque de eso se trata.

Me gustaría detenerme en la cuestión de la voz, pues a este lugar apunta el título de mi conferencia.

Tanto se habla de esta palabra en nuestra sociedad, con frases como “dar la voz a quienes no la tienen”, que ya apunta a una ausencia. Para que las personas más frágiles de nuestra sociedad puedan tener voz, hay otros que deberían callar, y tal vez su silencio nos permitiría escucharlas. Esta sería la voz pensada como lugar social y político que sin duda es muy necesario.

Luego está la otra, la que está afectada por la experiencia individual, porque el sufrimiento te calla. Yo, en mi infancia y adolescencia, ni siquiera podía hablar, el grito de mi dolor psíquico aullaba dentro de mí, ahogándose sin poder salir, había un muro infranqueable que no podía romper. Cuando el mundo te ha destruido tanto que ni siquiera sientes que tengas un yo propio, que más bien eres un cúmulo de pensamientos deslavazados, es muy difícil sentir que tienes voz.

Y luego están las voces de tu cabeza y las que escuchas y que nadie más lo hace, las descalificantes, las que te asustan y te hieren, que no son más que hacer real, convertir en una experiencia sonora, todas las violencias que has vivido.

Todas las personas pueden llegar a tener una voz y apropiarse de ella, pero es necesario construir un camino para que lo consigan. Yo no doy la voz a nadie con mi trabajo, sólo les ofrezco un espacio para que surja, en un entorno seguro, donde se escucha todo lo que tienen que decir, sin censura, sin cuestionamiento y donde son aceptados en su singularidad.

En estos años me he encontrado personas maravillosas, algunas han encontrado la voz que en algún momento habían tenido pero que la crisis y la forma de tratarla se habían llevado por delante, han vuelto a conectarse con parte de quienes eran y han seguido avanzando. También con otras que estaban aplastadas y que están descubriendo, con el asombro y la fascinación de un niño, que tienen mucho que decir, su voz se va abriendo paso en ellos y empiezan a estar menos derrotados y con más fuerza para enfrentar la batalla que suponen sus vidas.

Quizás, lo más importante de este trabajo que hago con ellos, es ofrecerles el espejo maravilloso de la literatura, para poder nombrar su dolor y así iluminar sus zonas de penumbra y que puedan tirar de esos hilos de luz que les habitan, pero desde el reconocimiento de su dolor y sus experiencias, sin juicio y con el acompañamiento del apoyo mutuo.

Porque la lectura que les ofrezco, siempre en voz alta, permite generar un diálogo y una conversación en la que conocerse y reconocerse, los álbumes son una poderosa ventana que nos llevan a la posibilidad de tomar la palabra.

Que las personas con las que trabajo tengan un problema de salud mental no limita, ni los temas, ni los formatos, ni la complejidad, ni la dificultad de lo que abordamos. Son ellos los que eligen los libros en base a una preselección de calidad, porque son ellos los protagonistas y dueños de la actividad y yo solamente su acompañante.

Voy a detenerme en algunos temas que hemos tratado y en las experiencias lectoras que han surgido de ellos para que podáis asomaros a nuestros clubs y también de esta forma a su realidad.

Uno de los temas recurrentes de forma dolorosa es el estigma social y las violencias a las que están expuestos.

Las personas que tanto sufren, las más frágiles de nuestra sociedad, son acusadas de violentas, escondiendo de esta forma el daño que se ejerce contra ellas. Las historias traumáticas de vida que se esconden bajo tantas capas de dolor, la vulneración de derechos humanos que se sigue ejerciendo en contextos de salud mental, la pérdida de derechos civiles cuando te cae encima una etiqueta diagnóstica.

Leonora Carrington le puso palabras a la violencia que vivió en su ingreso en un psiquiátrico franquista en Santander en su libro imprescindible “Memorias de Abajo”: “En Covadonga, me arrancaron brutalmente las ropas y me ataron con correas desnuda a la cama. […] me juré a mí misma que a partir de ese momento me mantendría vigilante día y noche y protegería mi conciencia. […] Yací varios días sobre mis propios excrementos, orina y sudor, torturada por los mosquitos cuyas picaduras me dejaron un cuerpo horrible. Creí que eran los espíritus de todos los españoles aplastados que me echaban en cara mi internamiento, mi falta de inteligencia y mi sumisión. La magnitud de mis remordimientos hacía soportables sus ataques”.

Laberinto, de Leonora Carrington

Podríamos consolarnos pensando que es algo que ocurrió en los años 40, en plena dictadura en nuestro país, pero yo sigo escuchando los mismos relatos en personas ingresadas en el año 2023.

En la lectura compartida del álbum “De aquí no pasa nadie” una persona muy joven, mientras lo leíamos, asoció el autoritarismo que percibía en un general, personaje del libro, que de forma muy cómica ordenaba que nadie podía pasar a la página siguiente a un soldado, con una experiencia muy traumática que había tenido en un ingreso hacía muy poco.

Nos contó como ante los gritos de una persona atada a la cama, pidió a los enfermeros que la desataran porque aquello atentaba contra los derechos humanos y el resultado dramático de sus palabras, pues terminó atada ella y castigada sin almohada el resto del ingreso. Del que salió con unas heridas que se quedan para siempre, pues sufrir violencia por parte de aquellos que están para cuidarte deja unas heridas imborrables.

Nos tenemos que hacer cargo, como sociedad, de lo que sigue ocurriendo en nuestros hospitales y que ellos cuentan en nuestro espacio, siento que no sea bonito de contar, pero creo que es necesario escuchar.

Judi Chamberlin

 

Si queréis adentraros en esta realidad os recomiendo especialmente el libro “Por nuestra cuenta” de Judi Chamberlin que se acaba de reeditar y que en el año 1971 cofundó el Proyecto de Liberación de Pacientes Mentales. Chamberlin también acuñó en 1975 el término cuerdismo, que es un concepto que nombra al conjunto de prejuicios de la sociedad normativa respecto a las personas con diagnóstico psiquiátrico: incompetencia, falta de autonomía, impredecibilidad, violencia e irracionalidad entre otros.

También fue muy reveladora otra experiencia lectora, cuando leyendo “Rosa Caramelo”, ese libro de Adela Turín en que a las elefantas se las obliga a comer unas flores nada nutritivas y sabrosas, pero que les vuelve la piel rosa y los ojos brillantes para que así los elefantes quieran casarse con ellas, un compañero se sintió interpelado. Nos dijo que aquellas flores que las elefantas eran obligadas a ingerir le recordaban a la medicación psiquiátrica, que le obligaban a tomarla para ser aceptado en la sociedad.

Cuando leímos el cómic recién salido: “Locura. Elogio de la diferencia”, estuvimos una sesión entera hablando del estigma y de lo que significa en sus vidas. Fue muy importante poder decir que el estigma social les deja muy solos y que casi siempre agrava sus problemas de sufrimiento psíquico.

Me dijeron: “No sales de casa para que no te miren raro, para que no te pregunten por qué no trabajas con la edad que tienes. Desde mi última crisis, en la que vino la ambulancia y la policía a buscarme me llaman el “loco del barrio”, desde entonces sólo salgo de casa de noche para no cruzarme con nadie. Vivo encerrado en mi casa sin ver a casi nadie, el encierro me hace daño, yo sé que me aíslo, y que eso me hace empeorar, pero tengo miedo de que me hagan daño”.

Como vemos, el estigma produce más sufrimiento, más soledad, más aislamiento y perjudica enormemente la recuperación de las personas y es una responsabilidad que debemos asumir de forma colectiva.

En otras de las sesiones con ese mismo álbum una chica joven inundó el grupo con sus lágrimas, sacando un dolor muy profundo, llevaba medicada desde los diez años. Había pasado por todo tipo de tratamientos farmacológicos, por ensayos clínicos terribles, y ella lo que siempre había querido era ser escuchada. En su historia había una herida muy grande con estos tratamientos contra su voluntad y el libro abrió la puerta a que pudiera poner en palabras tanto daño.

Ese desgarro que produjo aquella lectura y la profundidad de los temas tratados en el comic hizo que una compañera hablara de agresiones sexuales que había sufrido y que nos contara que cuando ella se disociaba, – como nos ocurre a muchas que hemos vivido esa experiencia- lo que sentía es que volvía a transitar por ese trauma, volvía a ese momento de aquel abuso, porque las huellas de la violencia no se borran, dejan una marca. La vivencia del abuso sexual en la infancia es muy común en las mujeres con sufrimiento psíquico, más de un 50% lo han padecido.

La disociación, es un mecanismo de defensa para poder seguir con tu vida cuando no puedes elaborar un trauma de estas características y, frente a la imposibilidad de simbolización de esta experiencia, divides tu yo y te rompes.

La lectura no hace que estas experiencias dejen de existir ni que les dejen de doler, pero si les permite nombrarlas, crear una narrativa sobre ellas y ser escuchados con un máximo respeto.  Y estas vivencias aparecen gracias a la literatura, el álbum abre esta puerta.

El grupo, cuando esto ocurre, sostiene a la persona, la apoya y le devuelve la dignidad, denunciando lo injusto y rebelándonos contra ello juntos, ya no está sola con ese daño. También la reacción de los compañeros, que comparten experiencias similares, les da otra dimensión a las cicatrices. Juntos, cuestionamos parte del discurso que muchas veces han recibido, ese que dice que están enfermos, y empiezan a levantarse contra el daño,  y a darse cuenta de que su sufrimiento viene de algún lugar, que tiene una causa.

Hay álbumes que nos permiten también discutir con ellos, cuestionarnos cosas, reflexionar.

Eso nos ocurrió con el libro “Mi perro y yo” de Kaye Blegvad donde se plantea el sufrimiento psíquico como un perro con el que nacemos. Una persona en uno de mis clubs me dijo: “Yo no nací con un perro, a mí la vida me mordió”. Me pareció una respuesta tan llena de verdad, cuestionamos algunas partes del libro desde el respeto, puesto que además es una experiencia en primera persona, pero poniendo entre interrogantes todo eso que la sociedad nos vende, uniendo genética y sufrimiento.

Aunque el álbum también tenía este texto con el que se identificaron todos: “La mayoría de las veces el perro, sólo quería herirme. Pero otras, atentaba contra mi vida. Trabajé y trabajo duro para sobreponerme, pero hay muchas personas que no lo consiguen y sus perros acaban con ellos. No significa que hayan trabajado menos duro. Por mucho que me haya esforzado para entrenar y someter a mi perro he sobrevivido por casualidad y a veces contra mi voluntad”.

Se reconocían en ese esfuerzo que hacen en el trabajo para recuperarse y que la sociedad no les reconoce, pero también en los momentos que tiraron la toalla y el sufrimiento les había conducido a intentos de suicidio de los que pensaban que sobrevivieron por casualidad.  Me contaban que un intento de suicidio es un suicidio consumado, de alguna forma la persona que eran murió y ahora eran otros, muchos no supieron nombrar si para bien o para mal, pero eran otros después de aquella experiencia, había una transformación en su ser.

Piedad Bonnet habla de una forma magistral del suicidio en su libro “Lo que no tiene nombre”, haciendo una elaboración literaria del suicidio de su hijo.

Con otro de los libros que discutimos es con “Tú, importas” que de alguna forma apunta a que cada persona tiene un lugar en este mundo y nos dice que todos, da igual nuestra condición, somos valiosos. En algunos grupos se enfadaron mucho con el álbum, me decían: “El mundo debería ser así pero no lo es Silvia, el mundo es un lugar muy hostil. Nosotros no le importamos a la sociedad, nos tienen arrinconados, no nos escuchan, no se nos da la oportunidad de trabajar, no nos comprenden”. Una de las compañeras me decía: “He dejado de intentar tener amigos, siempre me acaban dañando. Ya no intento encajar en este mundo, prefiero estar sola”.

El libro nos llevó a hablar de la incomprensión social y familiar que padecen. Me dijeron: “No nos entienden, no entienden lo que es no poderte levantar de la cama, no tener fuerzas ni para lavarte los dientes. Me dicen que salga, que lo tengo todo para ser feliz, cuando yo no tengo fuerzas para vivir. Si tuviera una pierna rota nadie me diría que caminara, pero como me duele el alma me culpan de lo que me pasa, me dicen que soy una vaga y que no me esfuerzo”.

Otra persona, a raíz de esta lectura, nos contó que estaba de baja por depresión y que se había encontrado con una compañera de trabajo que al verla le dijo que se iba convertir en una “loca como su madre”.

¿Qué es esto sino confrontarse a la maldad que habita en los seres humanos?

Os podéis imaginar el dolor que translucen todas estas palabras y espero que con estas pinceladas hayáis podido acercaros a lo que ocurre en nuestros clubs de lectura y las posibilidades que nos ofrecen nuestros encuentros. También me gustaría que os pusierais por un momento en su piel.

La lectura no es una terapia, ya nos advierte Michèle Petit de los peligros de la lectura usada como prescripción, pero sí tiene poderosos efectos en la subjetividad de las personas. Los libros no son mágicos, pero si nos dan nuevas posibilidades de ser, de crear pensamiento propio, de construir a través del lenguaje, una narrativa que nos dé más dignidad y nos haga menos daño.

Los participantes de mis clubs de lectura me cuentan que se sienten mejor desde que forman parte de esta actividad, que pueden comunicarse mejor, que tienen más ganas de salir de casa e incluso les apetece ir a librerías, cuando antes no les interesaba. Hay un beneficio individual y también una fuerte repercusión en el lazo social, por lo tanto, también tiene una incidencia en la Comunidad.

 

Después de seis años trabajando con una mujer que casi no hablaba un día me dijo leyendo “Corazón de pájaro” de Mar Benegas: “este libro es el disfrute del lenguaje”.

Creo que estos efectos justifican de forma maravillosa la creación de proyectos lectores con personas con sufrimiento psíquico.

¿Después de este recorrido que hemos hecho, no sentís como yo que el lugar más natural para llevar el faro de la literatura es precisamente este campo, el del sufrimiento humano?

¿No es acaso algo necesario llevar la luz de la palabra a personas que transitan por el abismo, la violencia, la segregación y la injusticia?

 

La literatura no es adorno, es un asidero, es en esencia una llama para que en el momento más oscuro podamos encenderla y no perdamos la esperanza, está construida con las palabras de otros seres humanos que nos ofrecen sus voces para descubrir la nuestra.

Muchas gracias

 

 

********************************

 

Silvia García Esteban es peer to peer, acompañante terapéutico, mediadora de lectura con personas con problemas de salud mental y Formadora en Salud Mental desde la experiencia en primera persona y activista. Actualmente es responsable de cinco clubs de lectura llevando la literatura a personas que sufren problemas de salud mental y que son atendidas en la Red de Salud Mental Pública de la Comunidad de Madrid. Es formadora en el Curso de “Agentes de apoyo mutuo”. Es conferenciante en numerosos actos y escribe artículos, tanto en su blog (silviaenpropiavoz.blogspot.com) como en otros medios donde comparte su trabajo y experiencia. También ha compartido su vivencia en primera persona en diversos medios audiovisuales (RTVE, Radio3,…). 

En El Sitio de las Palabras podréis encontrar varios cursos impartidos por Silvia:

LIBRO ÁLBUM Y SALUD MENTAL. Descubrir la voz perdida, donde profundizaremos en las posibilidades que nos ofrece la literatura para crear actividades significativas en torno a la lectura que nos permitan acompañar en su camino hacia la recuperación a personas con sufrimiento psíquico.

LIBROS PARA HABLAR DE SALUD MENTAL, un curso online de pequeño formato, donde se ofrece un encuadre para perder el miedo a hablar de este tema tan complejo como es la Salud Mental y enseñaremos cómo los libros nos ofrecen una gran posibilidad de dialogar con ellos y poner en palabras nuestras emociones y nuestras heridas para que duelan un poco menos.

Curso EN PROPIA VOZ (acompañar la psicosis desde la mirada en primera persona), un curso que incorpora la experiencia en primera persona como un saber valioso con el que orientar a aquellos profesionales que trabajen con sujetos psicóticos y quieran reconducir su práctica hacia un modelo más respetuoso e integrador.

 

Elige sobre el tema que te interese para continuar con tu formación pulsando AQUÍ

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4 Comentarios

  1. Barbara Cuesta Celma

    ¡Maravilla! ❤️

    Responder
    • Silvia García Esteban

      Muchas gracias 😘

      Responder
  2. Carmen

    Excelente conferencia, un trabajo muy comprometido y emotivo. Felicitaciones.

    Responder
    • Silvia García Esteban

      Muchísimas gracias por tus palabras.

      Responder

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