Leer es una manera de escuchar.
La lectura es un itinerario sin fin, un acto íntimo (que también tiene su aspecto público). La lectura tiene la capacidad de extraer la sorpresa en la rutina. Pero ante todo es escucha, porque requiere un espacio, un tiempo y silencio, igual que el acto de escuchar.
Todo acto de animación a la lectura debe buscar el fomento de la lectura personal y particular. Y con los requisitos necesarios, se favorecerá una lectura en grupo (club de lectura, por ejemplo) donde veremos cómo los lectores compartirán lecturas con otros lectores, socializarán, se desarrollará la capacidad de escucha, consensuarán lecturas, se generarán los diferentes ritmos o las entonaciones que se comparten entre lectores, así como la interacción y colaboración entre lectoras y lectores habituales con los que se inician.
Cuando hablamos de animación a la lectura tenemos presente que abarca toda actividad que se lleve a cabo para conseguir que quienes están bajo nuestra responsabilidad educativa se interesen por la lectura o hagan uso de ella para generar pensamiento y/o aprendizaje. Puede estar dirigida a grupos o individuos de diferentes edades, no sólo para la infancia, y abarca diferentes modalidades y extensiones en el tiempo.
Ser lector
La lectura como acto voluntario y placentero evita la obligatoriedad y la presión. El lector lee por algo y para algo. Es una experiencia vivencial, de interacción directa, sucede dentro de un ecosistema literario. Leer es una manera de escuchar.
El lector lee libros no sólo porque haya que leerlos, sino porque son buenos para él, porque realmente no puede evitarlo. Porque sabe que le será transferido un conocimiento que tiene que ver con esa utilidad práctica de la ficción y la belleza para cambiar vidas. Ser lector no siempre es fácil. Igual que no serlo.
Ser lector es hacer crecer ese respeto y amor por las palabras en cada paso de página, por la propia arquitectura del libro, de la prosa que lo sostiene; por la literatura sin ninguna distinción de géneros; por las bibliotecas; por la imaginación; por sentirnos acompañados por algunos personajes de ficción. Ser lector es compartir tiempo y escucha, recuerdos y espera.
Ya lo decía Daniel Pennac en esa joya de libro que es Como una novela: el verbo leer no soporta el imperativo.
Frase que resume bastante bien el planteamiento básico para el trabajo en mediación lectora. A lo largo del libro, Pennac nos relata su experiencia en un instituto y de cómo intenta que esos jóvenes consigan interesarse por la lectura y la literatura. El relato está narrado en primera persona y pretende ser un ensayo pero que se pueda leer “como una novela”.
Y lo consigue y nos tiene atrapados hasta el final. Este libro es un maravilloso ejemplo que nos sirve como punto de partida para comprender un poco mejor lo que podría ser la animación a la lectura: un intento de seducir al otro para que se contagie por el interés hacia la lectura y de cuáles han sido los escollos que han ido apareciendo a lo largo de la infancia. La conclusión del libro viene acompañada por un decálogo bastante conocido: “los derechos imprescriptibles del lector”.
Derechos que conviene recordar y aplicar en cada lectura: derecho a no leer, a saltarse las páginas, a no terminar un libro, a releer, a leer cualquier cosa, a leer en cualquier lugar o a leer en voz alta, entre otros.
“(…) no se lee esperando obtener una respuesta a la pregunta de quiénes somos, sino para ver qué nos pasa, en qué nos transformamos” Gustavo Martín Garzo
Y como de lecturas va el cuento, os dejamos una serie de libros sobre el vicio y oficio de leer. Sobre la lectura y el placer que supone abrir y cerrar un libro tras descifrar ese bello y único código que esconde entre sus tapas.
1. Contar es escuchar, de Ursula K. Le Guin (Círculo de Tiza), una obra para subrayar desde la primera hasta la última frase. Un libro que reúne una serie de textos de no ficción estableciendo un diálogo con el lector sobre temas como el arte, la literatura, la belleza, la vejez, etc. Y por supuesto, sobre la necesidad de la imaginación como supervivencia.
2. El acto de leer, de Wolfgang Iser (Taurus), donde el autor defiende que el sentido y la potencia de las obras nacen de la interacción con el lector. Sus ideas sobre la lectura y los espacios vacíos del texto abrieron un mundo de posibilidades y mostraron hasta qué punto los libros pueden reclamar nuestra presencia e implicación.
3. Leer y dormir, de Gonzalo Maier (Minúscula editorial), una joya donde el autor salta del ensayo a la crónica, de la columna al apunte o anotación. Es un libro que nos lleva desde perderse en librerías, rumiar sobre la naturaleza de los subrayados en los textos. Ah, y dormir.
4. Leer contra la nada, de Antonio Basanta (Siruela). Un texto que nos adentra en la multiplicidad del universo lector: el hoy y el ayer de la lectura. Sus ancestros y los retos lectores a los que nos enfrentamos actualmente. Reivindicar una lectura en libertad, crítica, participativa, comprometida y creadora.
5. Elogio de la fragilidad, de Gustavo Martín Garzo (Galaxia Gutemberg), donde, en este libro imprescindible, nos habla de las obras y los creadores que le han fascinado y en los que reivindica la necesidad del arte en nuestra vida y la lectura como acto de creación, tal vez el más íntimo e imprevisible que existe.
6. El arte de la lectura en tiempos de crisis, de Michèle Petit (Océano Travesía), un libro para repensar el campo de la formación lectora, puesto que aborda, de manera lúcida el poder de la lectura para desencadenar una reorganización de lo posible, aun en las situaciones y contextos más difíciles. Cuestionar y analizar qué puede hacer la literatura y la lectura ante situaciones difíciles, tanto personales como sociales.
“Creo que la imaginación es la herramienta singular más útil que posee la humanidad” Ursula K. Le Guin
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