¿Vamos trazando un mapa de lectura?, ¿crece este mapa según crecen los recuerdos?, ¿leer en familia ayuda en este trazado?, ¿cuándo se inicia? Tal vez haya que comenzar hablando de la memoria y los recuerdos que genera la lectura. Tengo una extraña relación con mi memoria. Tengo recuerdos (algunas imágenes) de cuando era muy pequeña, estas escenas están grabadas, de manera vívida, muchas de ellas son de cuando tenía menos de cuatro años. Y desde entonces, durante toda la vida, estas escenas han ido quedado impresas en mi memoria como fotografías, donde la fuerza más intensa recae, sobre todo, en el recuerdo de la emoción que llevan atada. Algunos recuerdos son adornados y transformados para acomodarlos en nuestra mente, pero esas imágenes, atadas a una emoción fuerte, son como fotografías imborrables. Y ahí siguen.

Recuerdo perfectamente a mi madre sentada en el sofá contándome Los 7 Cabritos, Hansel y Gretel o Caperucita, por ejemplo. Sin embargo soy horrible para la fechas, los apellidos y los datos “no vitales”. Me costaba horrores aprenderme fechas de Historia o fórmulas de Física de memoria. Parece que mi memoria, y la de todas las personas, aquí podéis leer más sobre el tema, tiene mucho que ver con lo emocional.

Porque memoria es saber lo que somos y de dónde venimos. Por eso, un pueblo que sabe recordar, que no guarda su memoria bajo el felpudo, será un pueblo que no repetirá las catástrofes sucedidas con anterioridad. Somos seres de lenguaje y la memoria nos teje como colectivo y como personas. De eso hablamos mucho y en profundidad en mis cursos, sobre todo en el de primeras literaturas y el de poesía e infancia: la memoria de la palabra es lo que nos construye. Y la memoria poética es, sin duda, el hilo primero que nos ata a esos recuerdos emocionales que se tejen justo en la pre-memoria, eso que llamamos el inconsciente.

Hace unos días andaba preparando la conferencia EL REFUGIO DE LEER. Y, desde que empecé a pensarla, a rondar, a buscar libros de nuestra biblioteca, a preguntar y buscar, hasta que la terminé pasaron tres semanas. Pero, durante todo ese tiempo, mi mesa, la del jardín, estuvo llena de pilas de libros. Sabía en qué libros quería basarme, qué libros son los que han significado para mí ese refugio. Esos libros han quedado, como las imágenes de mis recuerdos, formando un mapa emocional que me permite tener una guía, reconocerme, saber dónde estoy y qué quiero decir.

La memoria emocional se construye entre la amigdala y el hipocampo, es decir, las zonas más primitivas de nuestro cerebro. Cuando estas partes del cerebro participan; a través de la emoción y aportando hormonas al torrente sanguíneo; del proceso de memoria el recuerdo queda fijado para siempre, como esas fotografías. Tal vez por eso se aprende mejor lo disfrutado, lo jugado, en definitiva, lo experimentado de manera corticoidal. Pero si el aprendizaje no es significativo recordaremos el tedio, la desidia pero no el contenido de lo leído, además, los recuerdos asociados a una emoción negativa tienen más peso. Parece también (ya lo han demostrado los científicos) que, cuando leemos, lo leído se “archiva” en el mismo lugar de nuestra mente que los recuerdos reales. Pero no solamente eso, parece que estos recuerdos son usados como experiencias, como recuerdos reales, cuando nuestra mente (o nuestra vida, más bien) los necesita.

Por eso, tal vez y sin saberlo, entre el texto de introducción que escribí para la antología “44 poemas para leer con niños” se lee: “No me gustaría dejar de recordaros lo hermoso que es compartir la lectura en voz alta. El vínculo que se genera es de los que perduran en la memoria para siempre. Porque cuando vuestra familia ríe, lee, juega, recita, conversa o piensa junta, está construyendo recuerdos. Los recuerdos serán las raíces que alimentarán la frondosidad de vuestro pequeño bosque”. Podría ser también por esto el porqué de la contraportada de “¿Qué soñarán las camas?” (el texto está en el enlace).

En definitiva estamos hechos de recuerdos y la lectura obedece a nuestro mapa emocional. Como en cualquier ruta el avance y los tipos de paisajes, la distancia entre los puntos y, sobre todo, el punto de partida y el de llegada, serán importantísimos. Leer en familia es un camino.

La compañía, la lectura en familia, el disfrute, el desvelar los misterios y el respeto por los intereses y gustos lectores pueden ser una estupenda brújula para trazar este mapa, pero, sin duda, el componente más importante será el emocional: libros que emocionen.

El camino irá trazándose a la par que la vida. Los libros siempre serán esos puntos de anclaje, esa cruz en el papel, donde la emoción del descubrimiento se mezclará con la risa, o el llanto, o el vello erizado.

La memoria emocional es justo esa que provoca la lectura compartida, o aprender a leer, o avanzar hasta conquistar y recorrer el propio laberinto interior. En ese camino levantamos el libro como un mapa que nos ayuda a no perdernos.

Pero claro, la emoción primaria, la más poderosa de todas, es el amor (o el miedo a perderlo). Tal vez por eso, uno de los hitos, el primero, en mi mapa emocional lector, es esa imagen de mi madre, sentada en el sofá contándome los tres únicos cuentos que se sabía. Mi memoria emocional tiene que ver con mi madre contándome aquellos cuentos, o mi tío, o aquellas canciones de palmas que jugábamos en la calle.

Y también las lecturas que significaron algo importante para mí a lo largo de mi vida, como estas que puedes encontrar en Canal Lector, bien por mi lectura bien porque las compartí con mi hijo (leer en familia es algo que seguimos haciendo, y ya tiene 18 años). Están los libros que he ido leyendo, mi memoria lectora, pero, también esas lecturas compartidas. Y, por supuesto, ese “dar de leer”. Esos miles y miles de niños y niñas de todas las edades y jóvenes que han escuchado mis versos, que se han emocionado. Como aquella niña de 11 años, abrazada a mí al terminar el recital, que me dijo: me has hecho leer y llorar a la vez. Así los trazos de mi memoria emocional, de mi mapa lector, pero también, espero, el suyo.

Por tanto, qué leemos y por qué, la calidad y motivación de nuestra lectura vendrá determinada por la capacidad de emocionarnos que tenga esa lectura. Lo que se teje, sin duda, es un recuerdo. Cuidado pues con esos recuerdos que tejemos en nuestros niños y niñas, que pueden ser horribles o hermosos. Leer en familia es una manera de asegurar algunos buenos recuerdos, no creo que haya recuerdo más duradero que esa madre, ese padre leyendo en voz alta o escuchando el silabeo tembloroso y emocionado de los primeros pasos de la lectura autónoma en la infancia. No creo que haya una maestra más recordada que aquella que leía cada día un poquito en voz alta. Esos son de los recuerdos que perduran.

Elijamos bien qué recuerdos ofrecemos. Pensemos en esa memoria emocional, permitamos experimentar, no obliguemos, seduzcamos, encantemos con nuestra voz al que escucha, demos de leer pensando en la risa, en el llanto, en el vello erizado. Demos de leer como quien da una brújula y un mapa. Leer en familia es compartir lectura, pero también es ofrecer las herramientas para que inicien la ruta de su propio viaje, el descubrimiento y la intimidad del regalo de leer.

Mar Benegas