El arte de cuidar y leer con la infancia.

Leer con la infancia forma parte de un arte más grande, el arte  de cuidar, el arte de los cuidados. El arte de leer es también el arte de atender a lo generoso y a lo tierno, de detenerse, madurar y repartirse, darse, como pedacitos de fruta que van, directamente, del árbol de la lectura a la boca de la infancia.

CAMBIAR DE PERSPECTIVA

Cambiar de perspectiva es fundamental. Esta es una de las ideas que me formulo siempre en mi trabajo, mis cursos y mis reflexiones, también en mi escritura.

En una necesidad imperiosa el resignificar, dar otro lugar a las palabras, a las acciones, buscar otro lugar. A veces hay que mirar desde ese otro lugar para que todo cambie de posición.

Leer, cuidar, poesía, justicia, solidaridad… todas esas palabras que deberíamos resignificar, apropiarnos de ellas y verlas desde un lugar más amable.

Las palabras se construyen desde un lugar determinado, el que ocupamos en el mundo y el que el mundo ocupa en nosotras. Por ejemplo, si nos fijamos en las palabras “poesía”, o en los verbos “leer” o “cuidar”, vemos que, significado y significante, se elaboran desde un lugar muy determinado. Cada cual desde su bagaje propio e individual, pero, sobre todo, desde el sesgo cultural y social que esas palabras han ido adquiriendo.

Las tres tienen, la mayoría de veces y por desgracia, una connotación negativa, que parte de esa realidad colectiva e individual, de esa experiencia y el valor que, social y culturalmente, se les da. Si digo “poesía” llegan, normalmente, los recuerdos de esas autopsias a los versos, la obligación de analizar obras y poetas. Ese lenguaje abstracto y lejano al que no llego porque “no lo entiendo” y un sinfín de adjetivos cargantes y tediosos.

Sin embargo, la poesía en acción, la puesta en pie, la vivida y compartida, nos situará en otro lugar (esa es mi experiencia, al menos). La poesía leída en voz alta o que participa del mundo, esa nace para ser habitada, amasada, reída, pensada y creada… esa es otra cosa.

Y su significado y su significante nos conducen a un lugar totalmente distinto. Vemos dos lugares antagónicos para el mismo término. Dos significantes totalmente dispares (en la definición de Saussure) que nos llevan a dos significados también antagónicos.

Si hablamos de cuidar,  o de leer, podemos recorrer el mismo camino.  Elegir desde qué lugar nombramos y significamos el cuidado, la lectura y lo generoso y amoroso que puede llegar a encerrar es una decisión personal. Cambiar de lugar, de perspectiva, para que el significante y el significado cambien y el verbo leer no sea sinónimo (en la infancia) de obligación y “cuidar” no sea una carga sino una alegría y no venga con ese poso de menosprecio (los cuidados siguen siendo feminizados y, en general, menospreciados socialmente, sobre todo si hablamos de la infancia).

REIVINDICAR LA TERNURA

Por tanto, habría que redefinir los términos, reapropiarnos de ellos y resignificarlos. Reivindicar los cuidados y reivindicar la ternura. Porque… ¿y si en lugar de ver los cuidados como esa obligación, esa carga que se impone socialmente (porque quien cuida no produce) vemos los cuidados como el arte que son? El arte de darse, de pensar el otro.

Entonces todo se transforma. El arte generoso de ser a partir de lo que ofrezco y desde ese lugar cuidar los detalles y la dulzura. Ocuparme y pensar en la infancia.

Así, los cuidados se convierten en algo importante. Cuidar y acompañar serán más importantes que enseñar, o dominar, o conseguir, o… ese afán competitivo de trazar un plan y tener, siempre y por encima de todo, un objetivo.

Cuando el objetivo es ver crecer, es acompañar y alimentar, es cuidar, todo lo demás viene solo. Leer con la infancia es cuidarla, es verla crecer, es acompañarla y alimentarla… y todo lo demás vendrá también solo.

Pensar en lo pequeño como quien cuida un nido.

 

DAR DE LEER

Si en lugar de querer enseñar o pretender que la infancia aprenda (cosa que hará, de todos modos y a pesar de todo) pensamos en cuidarla. Estar al cuidado de la infancia, tanto el alma como su cuerpo, alimentar su mente, su dulzura, su firmeza y su fuerza, su risa y su juego, su creatividad.

Cuidar de la infancia es acompañarla y leer, por tanto, no puede ser eso que se aprende a hacer, por obligación, porque toca, porque han de hacerlo solos. Leer, justamente, es uno de los actos fundamentales de los cuidados, uno de los más generosos, más altruistas y más bellos. Dar de leer como quien da alimento y agua fresca.

Cuidar es un arte y leer forma parte de esos cuidados. Cuidar significa, literal y etimológicamente, “poner atención en alguien o algo” y viene del latín, del verbo “pensar”. Cuidar, por tanto, es pensar en alguien, preocuparse por su bienestar. Y “leer”, etimológicamente, también significa “escoger”.

Así que, cuando cuidamos y leemos con la infancia estamos escogiendo, escogiendo poner nuestra atención en ella, en los niños y niñas. Elegimos, libremente, darnos en esos cuidados.

CUIDAR Y LEER

Escoger el cuidado, la lectura. Arremolinarse con la infancia, en la trinchera de la ternura, escoger, leer, cuidar, es más difícil que imponer (aunque esa imposición sea sutil, o sea “por su bien”, “porque es lo que toca…”).

Y sí, esa elección de los cuidados es más difícil que no elegirla para seguir con el camino pautado. Es infinitamente más difícil elegir el acto generoso y responsable, consciente, de cambiar de lugar, de perspectiva. Alargar la mano hacia la infancia, no desde arriba, sino en horizontal, para tomarla y caminar junto a ella.

Dar de leer es alimentar, no juzgar, no evaluar, no puntuar. Compartir la lectura es un acto de virtuoso cuidado, de ternura máxima, es estar de parte de. Leer en voz alta, compartir lectura, elegir los versos  o las historias, pasar las páginas, es cuidar.

Y cuidar es el acto primero que nos hace humanos. Las personas que saben cuidar, las que cuidan el alma, la mente y el cuerpo, las que se ocupan de los otros, cooperan y miran, eligen y comparten.

Porque leer es cuidar y cuidar es un arte, que necesita paciencia, amor, generosidad y trabajo, mucho.

Un arte que no sirve para nada, afortunadamente.

 

 

 

 

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