LA MUERTE, EL DUELO, LOS LIBROS Y LOS NIÑOS Y NIÑAS
Es complicado hablar de la muerte, del duelo o de las ausencias, siempre. Pero sobre todo cuando hablamos de niños y niñas, de infancia.
¿Cómo se habla de algo que provoca tanto dolor, que es tan complicado de comprender? ¿Cómo se habla de la muerte cuando lo que queremos es huir de ella? Pero la muerte y la infancia son una combinación más difícil todavía, solamente pensar en ello nos genera una incomodidad abrasadora.
LA MUERTE QUE NOS ACOMPAÑA
Sin embargo, si somos sinceras, ni nos atrevemos a mirar desde esa sinceridad, la muerte nos acompaña desde el día que llegamos al mundo. Creo que desde mi experiencia podré situarme mejor en este territorio resbaladizo y peligroso. Y, últimamente, la muerte se ha hecho presente de diferentes maneras para señalarme que sí, que ahí sigue, ahí está, siempre cerca, siempre al acecho. Veamos…
La vida y la muerte, siempre en danza
El otro día me invitaron a decir unas palabras (aquí podéis leerlas) en mi pueblo natal. Allí crecí. El discurso fue una manera de honrar la memoria de mi madre. Me dio para pensar mucho en ella, este mes de diciembre hará 20 años que falleció y en la orfandad.
Mi hijo tenía 11 meses, a los 18 días de morir mi madre, un 31 de diciembre, Yago cumplió su primer año. Es curioso como el tiempo se detiene en algunos momentos, no en otros, de una manera perdurable, imperecedera, imborrable.
Así, los recuerdos de aquel día están grabados, como una polaroid tristísima, en mi mente.
Los días posteriores no, esos son una neblina. El siguiente recuerdo que tengo es el primer cumpleaños de Yago, que decidimos celebrar, por supuesto. Y ahí el recuerdo, tan agridulce, vuelve con toda su fuerza, imágenes de aquella tarde de celebración.
Celebrando la ausencia y la presencia, a la vez, una con su dolor y su tristeza y la otra con su alegría. Da igual la edad que tengamos, la orfandad siempre es una niña, una niña sola y abandonada. Porque, el lugar en el mundo que ocupamos se lo debemos, a pesar o gracias, a nuestra madre (nuestro padre, nuestra familia no elegida).
La que de pronto se notar y todo se desmorona…
La semana pasada, además, también nos dejó una alumna y amiga, Laura, y bella y discreta y con un corazón enorme y un amor por la infancia que no podía ocultar de ninguna manera. Ella, sabiendo que se acercaba el momento de despedirse, eligió seguir en nuestra casa, eligió la poesía, sus niños y sus niñas en la escuela, hasta el último momento escribió y participó en las clases.
Esta muerte, reciente y devastadora, de una persona joven, que tenía una sonrisa bella y serena siempre. Que eligió venir a JALEO, que eligió seguir en la Luna, que eligió la poesía y que, conscientemente, acercó a mí tantas maestras. El modo en qué sucedió, los comentarios que me llegaron, el grupo de la Luna en el que ella estaba trabajando y una semana llena de compromisos con docentes, con niños y niñas a los que cantar, contar y recitar, hicieron que me desmoronase.
La que me ayuda a nombrar mi miedo…
Ahora, en esa necesidad de recomponerme, de situar tantas emociones, mientras paseaba en una de mis caminatas, comencé a pensar en el duelo. En la muerte. En la infancia y en cómo, la infancia, sin recursos todavía, puede hacerle frente.
Porque, también en estos días aparece “EL SUEÑO MÁS ANTIGUO”, un texto (ilustrado bellamente por Javi Hernández y editado por Bululú editorial) que habla de la muerte. La muerte de una niña, que se despide del mundo tangible reflexionando sobre la vida y la muerte, en una conversación, la última, con esa que viene en la piel de la vida, en el momento que comenzamos a latir. Y, claro, me resulta imposible no
ver, en todo lo que ha sucedido estos últimos días, un trenzado invisible con este libro, con estas reflexiones que me empujan a escribir estas palabras.
LAS AUSENCIAS Y LAS CARENCIAS DE LA PÉRDIDA
La orfandad, la muerte de un ser querido, de una mascota, en la infancia, nos sitúa ante dos posibles escenarios, que, de ser bebé, si es una figura vital, la identidad se construya a partir de la carencia, la ausencia, en este caso, implicaría una carencia. Carecer. O, si se trata de un niño o niña que tenga edad para recordar, lo que quedará es el dolor de la ausencia y el encuentro, cara a cara, con esa ausencia será la conciencia del “para siempre”.
La toma de contacto; no con la muerte, que suele fascinar a la infancia: acercarse a animalillo muerto ayuda a formularse una idea racional para elaborar la muerte simbólica; si no con la ausencia total, para siempre, con la muerte simbólica, es decir, la desaparición, es la toma de conciencia sobre la debilidad y fragilidad de nuestro cuerpo, de nuestra propia futura desaparición.
LOS LIBROS PARA NIÑOS Y NIÑAS Y LA MUERTE
Depende de la edad del niño o la niña pero también de la capacidad de elaboración discursiva y racional que pueda acompañar la experiencia para hacerla, dentro de su abismo, un poco más llevadera. Y ahí los libros sí pueden ayudarnos.
Aunque nunca podamos elaborar esa ausencia, esa orfandad o el dolor de quienes queremos por la desaparición de alguien. Aunque el efecto de la orfandad o el vacío, de la falta de esa compañía concreta no pueden mesurarse y dependerá mucho de cada persona.
La experiencia de la muerte, al final, se llega a sobrellevar. Nos sobreponemos en la medida que terminamos aceptando esa falta, esa orfandad.
LA EXPERIENCIA DE LA MUERTE CUANDO NO HUBO LIBROS NI PALABRAS
Tenía 11 años cuando murió mi padre y, muchos meses después, en una conversación sin importancia entre vecinas, apareció una clave que me hizo entender lo que me pasaba. Murió mi padre y yo seguí yendo a la escuela, siendo buena alumna y con mi vida normal. Pero comencé a tener insomnio (ha sido la única vez en mi vida que he tenido un insomnio persistente). Este insomnio desapareció cuando escuché mi tía hablando con una vecina: -Se ha venido a ver si aquí puede dormir, porque desde que murió su padre que no duerme por las noches.
Palabras que nombren lo innombrable…
Aquella verdad fue totalmente iluminadora. Con 11 años yo era incapaz de elaborar lo que me sucedía. Ningún adulto me había hablado de ello, nadie me había acompañado en el posible duelo: la vida siguió, como si nada. Pero no.
Después de aquella conversación captada a hurtadillas, sabiendo que aquello había sido el detonantes de otras experiencias íntimas y personales que me habían ido pasando en los últimos meses, pude, por fin, volver a dormir (hasta hoy), con tranquilidad. Ahora me doy cuenta de la importancia que tuvo ese “ponerle palabras” a algo totalmente intangible, no elaborado, a lo que no había podido darle un lugar simbólico.
La ausencia se había convertido en una presencia que lo ocupaba todo, mis noches, sobre todo. La ausencia tenía peso, cuerpo, espacio. La desaparición y la ausencia de alguien o algo que ha estado presente cada día, aunque pueda ser un descanso o un alivio (pienso en cosas nimias también, como quitarte una muela que te duele), es la forma en que la ausencia se hace presente.
LA TOMA DE CONCIENCIA DE NUESTRA FINITUD
Lo que ya no está es el testimonio mudo de la incógnita más grande, el misterio más terrible de la vida. Por eso es tan importante contar la muerte, hablar de ella, mirar el pájaro muerto pero también elaborar la posibilidad de la ausencia no solamente con la mente racional, no solamente “viendo” al animalito muerto, sino elaborar, simbólicamente, un espacio que pueda ocupar luego esa ausencia.
Hablar de la muerte, leer libros sobre la muerte no conseguirá que la muerte sea menos dolorosa, pero sí nos permitirá poner palabras a ese espacio, físico y tangible, que ocupa la ausencia. Aquí encontraréis un boletín de recomendaciones con libros sobre la muerte.
La muerte nunca es justa, el dolor, la orfandad, la pena…
Echar de menos. No puede suavizarse, no se puede acompañar esa primera experiencia de enfermedad o muerte de un niño o una niña comenzando a leer libros que pongan palabras a eso que nos parte el alma. Porque eso es abrir la herida que ahora mismo sangra. Pero sí podemos preparar el camino, limpiar la maleza, dejar espacio para imaginar la muerte y el dolor que deja. Permitir que la infancia reflexione, verbalice y comparta, elabore su propio miedo, antes de que la muerte llegue y golpee con su ausencia. Limpiar el camino, abrir la senda, ante las preguntas esenciales de la vida: qué es, para qué sirve, por qué nacemos, por qué nos morimos… que no tienen respuesta, sí.
“Y La Niña dejó de sentir un peso que le impedía respirar, justo en el pecho.
Siguieron paseando mientras se hacía de noche y las pequeñas luces nocturnas comenzaban a encenderse. La Niña acercó su mano a una luciérnaga que se posó sobre su dedo.
-Muerte, ¿para qué he nacido? -dijo”
Pero, al menos que, el hecho de lanzar las preguntas e intentar resolverlas, haga que la infancia se acerque a esa senda donde, una vez la muerte la alcance, pueda seguir el camino y llegar al claro. Y respirar. Donde el calibre real del peso de la ausencia haya sido desvelado antes de llegar. Donde la aceptación sea una experiencia que ya haya visto transitar en textos e historias, a personajes que, como nosotros, sufren, reflexionan, viven y atraviesan el duelo.
Antes de que llegue el miedo, el duelo, las noches sin dormir y la angustia, ofrezcamos las herramientas, hablemos de ello. Elaboremos nuestra orfandad, nuestro duelo, nuestro miedo a la muerte mucho antes de que llegue.
Porque, como dice la muerte:
-Muerte, ¿qué es la belleza?
-Belleza es todo lo que queda cuando dejas de sentir miedo.
Mar Benegas
Algunos libros sobre la muerte y la ausencia:
- El sueño más antiguo, Mar Benegas y Javi Hernández, Editorial Bululú, ISBN: 978-84-18667-46-6
- Cuando La Muerte vino a nuestra casa, Jürg Schubiger y Rotraut Susanne Berner, Lóguez Ediciones, ISBN: 8496646890
- El pato, la muerte y el tulipán, Wolf Erlbruch, Barbara Fiore editora, ISBN: 978-84-93481-18-6
- El árbol de los recuerdos, Britta Teckentrup, Nubeocho Editorial, ISBN: 8494379704
- Como todo lo que nace, Elisabeth Brami, Tom Schamp, Kókinos Editorial, ISBN: 978-8488342294
Querida Mar: tus lúcidas reflexiones venidas del vivir la muerte llevan a quien te lee a las suyas. No hay una orfandad, hay orfandades. Reiteradas, diversas e irremediablemente sucesivas. Poner palabras a ese hueco es arropar el frío y la soledad de la propia muerte y de las muertes de quienes amamos. Si nos agobian de grandes, ¿cómo al ser pequeños?
Bienvenidas todas las palabras que acompañen y cuiden las infancias y adulteces en los duelos. Bienvenidas estas tuyas que nos traen a otras que nos traerán a otras más.
Mi abrazo para ti y la pequeña Mar que te habita.
Marcela
Gracias, por tu lectura y por tus palabras, querida Marcela. Espero que estés bien.
Te mando un abrazo grande.
Querida Mar, que consuelo me da leerte . En estas últimas semanas falleció la hija de una querida amiga poeta y después una ex alumna a quien conocí desde pequeña.
Necesitaba con urgencia , palabras bellas y precisas para acompañar el dolor. Gracias por este texto que ayuda a sanar.
Un abrazo infinito.
Bernardita
Querida Bernardita, va mi abrazo.
Querida Mar: al igual que las personas anteriores, tu escrito me ha llevado a reflexionar sobre la muerte de mi madre. Mi padre murió también, pero el impacto fue distinto. Tenía 31 cuando murió mi madre, pero me sentí de 5 o 6. Lo más duro que me ha tocado aprender ha sido encontrar la motivación y la fuerza para ‘hacer cosas’ dentro de mí. Antes de su muerte, esa fuerza nos la daba mi madre. A pesar de su cáncer, a pesar de la falta de fuerza física, a pesar de un marido que pudo haber hecho más… Nada, que llevo meses dándole la vuelta a un cuento sobre el tema. Pensando que la protagonista sería mi hermana menor que solo tenía 15 cuando mami murió. Leyéndote me he dado cuenta que ese personaje soy yo. Me has alumbrado con con tus palabras: “Da igual la edad que tengamos, la orfandad siempre es una niña, una niña sola y abandonada.” Te envío un abrazo agradecido desde Puerto Rico.
Hermosa y necesaria conversación, para mi fue de gran ayuda un libro japonés: Sweet Bean Paste de Durian Sukegawa. En la sociedad japonesa hay un gran énfasis en dar un aporte a la sociedad, pero queda en el aire la pregunta “¿para qué sirvió la vida de los enfermos, o los que se fueron demasiado pronto?” y la respuesta contenida en este libro es maravillosa.