Nos emociona compartir este pequeño ensayo/artículo que reflexiona sobre las etiquetas en literatura infantil y juvenil, y las presiones por parte de la industria editorial para ir acuñando términos que clasifiquen la Literatura en función de sus intereses. Pero nos emociona especialmente compartir este artículo porque su autora, Silvia García Esteban, nos ha acompañado desde las primeras propuestas de la plataforma EL SITIO DE LAS PALABRAS. Fue alumna en el curso virtual TULIPÁN DE LAS CINCO y llevamos tiempo compartiendo reflexiones y coincidiendo en el camino de esta formación continua que es la Animación a la Lectura.
LA LITERATURA JUVENIL, UNA ETIQUETA FORZADA
¿Existe una literatura juvenil con entidad propia, pertenece a un subgénero dentro del cuerpo de la literatura, o por el contrario es un artificio generado por el mercado que responde a los oscuros intereses económicos del sistema capitalista dominante y al intento de controlar y adoctrinar a los jóvenes por parte del mundo de los adultos?
Tomo como punto de partida estas preguntas para tratar de argumentar por qué creo que la etiqueta de literatura juvenil no puede nombrar los caminos dispares de la lectura que toman nuestros jóvenes.
Vivimos en una sociedad marcada por el imperio del capitalismo que parece fagocitarlo todo a su paso. Totalmente sumergidos en el mundo de lo productivo, de lo cuantificable, de las competencias y de la estandarización de las mismas, donde nos han dado las respuestas sin saber cuáles son nuestras preguntas, en la era de la uniformidad, donde la subjetividad está en grave peligro y la Literatura no es ajena a este orden de las cosas.
Todo está centrado en el utilitarismo, hay un ruido que no cesa, un imperativo superyoico que dice que los niños y los jóvenes tienen que leer más, hay una preocupación porque la juventud lea, aduciendo argumentos en torno a este utilitarismo, enfocado fundamentalmente en el entorno escolar y sus competencias. Esa voz que no es otra que la del discurso del amo, dice que los jóvenes deben leer más para mejorar su comprensión lectora, para mejorar su vocabulario y poder comprender mejor las tareas académicas impuestas por el sistema educativo.
Pero leer está muy lejos del discurso de lo cuantificable, anidando en lo más particular y subjetivo de un ser humano, leemos para comprender el mundo que nos rodea, para refugiarnos de la soledad, para vivir otras vidas, para protegernos de la realidad que nos lastima, para combatir el miedo o las pesadillas, para tener esperanza cuando estamos exhaustos, para emocionarnos, para indignarnos, para rebelarnos. Podemos pensar tantas causas de la lectura como seres humanos que leen en nuestro planeta, porque un lector nace desde una necesidad que estará íntimamente ligada a la historia de ese sujeto, que acude como nos dice Isabel Escudero a esa fuente que no es de agua sino de sed. Ser lector no sólo consiste en leer mucho, es convertirse en un interpretador de la realidad, es estar dispuesto a dejarse seducir por el susurro de las palabras, por las infinitas construcciones posibles que nos ofrece el lenguaje, es buscar nombrarnos y en tanto que lo hacemos horadar un hueco propio para nuestra existencia, es aceptar un pacto ficcional y darle consistencia para habitar en él.
Si nos remontamos al origen de la literatura infantil y juvenil propiamente dicho, nos encontramos con una oscura realidad. Al igual que el sistema educativo actual procede de la funcionalidad generada en torno a la demanda de mano de obra cualificada por parte del lobby empresarial, el campo de la literatura juvenil responde a una visión lucrativa de la literatura y hace gala de un servilismo literario rendido a los poderes económicos. En este camino lo literario pierde consistencia, despojándolo de la fuerza simbólica que posee, arrancándole el poder que tiene de nombrar lo que escapa al sentido y se pone al servicio del poder económico y del mercado.
En otro orden de cosas, cada año aparecen multitud de títulos de esta literatura para jóvenes respondiendo a las demandas de padres o educadores, mostrando otro servilismo, esta vez rendido al adoctrinamiento y a las exigencias escolares en ese deseo del adulto de control y sobreprotección de la infancia y la juventud. En este sentido aparece una nueva veta en los libros creados para trabajar ciertos temas, que acaban siendo textos insulsos y huecos, que no dicen nada a la juventud de hoy en día pero que les ofrecemos como una burdo entretenimiento, con cada vez más formatos que imitan lo televisivo y se alejan de la esencia de lo literario. En este punto el libro en el tercer mundo se convierte en un objeto inalcanzable, mientras que en el primer mundo se convierte en un objeto más de consumo que en palabras de Santiago Alba en su libro “Leer con niños” poco se diferencia de un electrodoméstico o de una chocolatina.
Por lo tanto me permito afirmar que la literatura juvenil no es una etiqueta adecuada, por mucho que las librerías están repletas de colecciones y libros llamados juveniles. Así creo que la cuestión, llegados a este punto, será diferenciar lo que es Literatura de lo que no lo es.
La literatura responde a una necesidad expresiva por parte de alguien, que escribió una historia para nosotros, donde nos da la visión única e irrepetible de otro ser humano, de una parcela determinada del mundo. De este modo lo literario se hace Universal desde lo particular, desde una visión concreta que nos habla y en cuyas experiencias y pensamientos podemos sentirnos identificados. Nos ayuda a comprender y explicarnos el mundo que nos rodea y también a conocernos a nosotros mismos, es una herramienta para interpretar la vida y conocer el alma humana. .
Precisamente una de las características de la buena literatura es que puede ser leída por niños, jóvenes y adultos, y cada cual en su nivel puede extraer de su lectura algo que ha conquistado y le sirva para continuar su camino de ampliar los límites de su mundo a través del lenguaje. Un buen ejemplo de ello lo encontramos en las aventuras de Pippi Calzaslargas, donde su autora nos muestra ese ansia de libertad que puede habitar en todos los seres humanos. Por lo tanto su lectura no puede encasillarse en una categoría según la edad del lector, sino que será compartida por millones de lectores de diferentes partes del mundo en los que habite dicha ansia de libertad.
Hay un poema de León Felipe que habla precisamente de esto, y nos narra de donde surge la necesidad de lo literario en el ser humano:
SÉ TODOS LOS CUENTOS (León Felipe)
Yo no sé muchas cosas, es verdad.
Digo tan sólo lo que he visto.
Y he visto:
que la cuna del hombre la mecen con cuentos,
que los gritos de angustia del hombre los ahogan con cuentos,
que el llanto del hombre lo taponan con cuentos,
que los huesos del hombre los entierran con cuentos,
y que el miedo del hombre…
ha inventado todos los cuentos.
Yo no sé muchas cosas, es verdad,
pero me han dormido con todos los cuentos…
y sé todos los cuentos.
Tampoco dejamos de lado las cuestiones relativas a las características específicas que podrían definir a la juventud. El psicoanalista Philip Lacadée nos regala una definición muy sutil de adolescencia a la que se refiere como “la más delicada de las transiciones”.
En este sentido podemos tomar la adolescencia como un viaje hacia la madurez, un viaje desde el territorio seguro de la infancia hacia el territorio desconocido e inexplorado de la edad adulta, donde el joven debe dar cuenta de su posición respecto al saber y de su encuentro con su sexualidad que irrumpe en lo real del cuerpo.
Esto dista mucho de reducir este proceso subjetivo a una serie de temáticas, o a una exigencia de crear personajes a su medida donde encasillar lo que es la esencia de la juventud, estrechando los límites de nuestros jóvenes a partir de etiquetas cargadas de prejuicios más vinculados con el mercado que con su esencia. Es muy interesante lo que dice Alejandro Flores Ramírez en su manifiesto “Soy joven, soy lector”: “La cultura joven nace de las manifestaciones espontáneas de los jóvenes, pero luego es engullida y procesada por los adultos para revenderla”.
Una joven puede sentirse muy identificada con el personaje de Madame Bovary, con ese sentimiento trágico y romántico de la vida, por mucho que esa novela transcurra en la época victoriana. Esa visión romántica de la vida conecta con un sentimiento universal que puede habitar en cualquier joven de hoy y, a su vez, compartirla con cualquier mujer de mediana edad que no haya renunciado a sus anhelos de juventud. Porque no hay una única manera de ser joven, igual que no hay una única forma de crecer o ser adulto, por eso vemos más correcto hablar de adolescencias en plural, poniendo de manifiesto el carácter subjetivo de este proceso.
La verdadera literatura no conoce barreras de edad, es la que nos toca, la que nos invita a reflexionar, la que nos hace cuestionarnos y tomar partido, la que nos permite agrandar los límites de nuestro pensamiento y nos compromete como seres humanos, no es la que se rinde a objetivos curriculares o moralizantes.
Por lo tanto nuestra función como mediadores con los jóvenes, será ponerles en contacto con obras literarias de calidad a través de las cuales puedan conectar con sus inquietudes y esos sentimientos universales que anidan en las grandes obras literarias. Siempre partiendo del uno por uno, sin prejuicios, sin encasillarlos en temas o personajes, sin constreñirles en la etiqueta de literatura juvenil, ni reducirles a una única estructura lingüística, dando consistencia a lo subjetivo y dándoles su lugar como sujetos de pleno derecho.
Silvia García Esteban
Algunas referencias clave para el desarrollo de este artículo han sido los siguientes libros:
ALBA RICO, Santiago: “Leer con niños“. Ed. Caballo de Troya. 2007
ESCUDERO, Isabel: “Condiciones de luna. Coplas, lengua y juegos“. Ediciones La Torre. 2013
FELIPE, León: “Nueva Antología Rota”. Editorial Visor. Madrid, 2018
FLAUBERT, Gustavo: “Madame Bovary“. Ed Siruela
FLORES RAMÍREZ, Alejandro: “Soy joven, soy lector“. Linternas y bosques
LACADEE, Philippe: “El despertar y el exilio“. Ed Gredos
LINDGREN, Astrid: “Pippi Calzaslargas. Todas las historias“. Ed Blackie Books
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