En los últimos años, en España, se ha instalado una extraña exigencia en el mercado teatral infantil “obligando” a las compañías a acompañar su dossier artístico con una guía didáctica o un listado de los valores que aparecen representados en las obras. De manera que las compañías que quieren presentar su trabajo a un programador o gestor cultural han de insistir más en los valores que son tendencia educativa que en el concepto artístico sobre el que pivota su montaje. Por eso es bastante habitual recibir la programación teatral de las obras infantiles con estas etiquetas que asocian cada una de las obras con uno o dos valores fundamentales. Cosa que no ocurre con el teatro “de mayores” -permítanme esta licencia-. ¿Qué etiqueta tendría que acompañar a “Hamlet”, “La vida es sueño” o “Woyzeck”? ¿Es tan importante para nosotros como adultos conocer qué valores “trabaja” una obra? Como nos recuerda Suzanne Lebeau en sus talleres, ¿qué cosas esperamos nosotros que suceda en una sala de teatro? ¿y por qué no trasladamos esa misma magia a las propuestas infantiles?

Parece que cualquier actividad dirigida a la infancia (no sólo el teatro) ha de establecerse en un único objetivo: ser didáctico, instructivo. Hemos convertido la actividad artística en una herramienta formadora, con todo lo que eso significa. Como digo, no sucede solo en el teatro. Las estanterías de la mayoría de las librerías infantiles están repletas de libros que pretenden “enseñar” cómo vestirse, cómo dejar atrás el chupete y el pañal o cómo corregir nuestras emociones. Desgraciadamente esa equívoca veta también la ha asumido el teatro infantil y podemos ver obritas cuyo objetivo es decirnos cómo tenemos que comportarnos. Entiendo que ese enfoque está más dirigido a todos los adultos que deciden por los niños, aquellos que dicen qué se programa y qué se ve. Programadores y padres quieren que, ya que van al teatro, al menos les “sirva para algo”, sea educativo.
¿Se imaginan que el teatro de mayores estuviera constantemente intentando educarnos? Claro que el teatro puede educar, puede aportar elementos que ayuden a construir y compactar la personalidad de los espectadores más jóvenes. Pero creo que precisamente debería favorecerlo ofreciendo preguntas, cuestionando el mundo que reciben o dialogando con sus vivencias y preocupaciones; y no tanto intentando enderezar malos hábitos o culpabilizándolos de determinados desastres.

Uno de los temas recurrentes que están plagando la programación infantil en estos momentos es la ecología. Y prácticamente todas las obras que se hacen con este objetivo es para decirles a los niños o jóvenes que han de reciclar, que no tengan tantas cosas, que no derrochen. Y se lo decimos precisamente los mismos adultos que les hemos imbuido en esta fiebre consumista y que reproducimos unos hábitos anti-ecológicos en nuestra vida cotidiana y en la ficción publicitaria que les proporcionamos. ¿Qué pretende un teatro que le dice al niño: “¡Recicla!” mientras la sociedad no le aporta esa herramienta? Creo que la función del teatro no es culpabilizar al ciudadano, mucho menos a las personitas que no tienen aún en su mano la capacidad de legislar y cambiar nada. El teatro infantil tiene que procurar hacer un teatro de calidad y tratar a su público con respeto y madurez. Vamos, como el de los mayores.
Pues sí, Jesús, por todos lados te machacan con la utilidad de las cosas que hacemos, sobre todo las que tienen que ver con el arte, la filosofía, las disciplinas que nos hacen reflexionar y hacernos preguntas o símplemente a disfrutar y alimentar una parte menos racional de nuestro ser. Pero siguo regalando cuentos, libros y arte a mis amigos y amigas, y muchas veces a sus hijos e hijas porque yo disfruté de ellos a su edad y sigo haciéndolo todavía. No porque me enseñen a comportarme de una determinada manera sino porque me enseñar a vivir, a sentirme humana, a mirar y entender el arte más profundamente, lo que aumenta el deleite.
El Arte es educativo desde el punto de vista estético, colaborando a nuestra alfabetización visual y estética. La belleza de los montajes teatrales, su poética debería ser suficiente para que queramos ir a verlo y llevar a nuestros pequeños. Es la clave desde la que se deberían programar este tipo de trabajos.
El teatro como las demás artes, lejos de rotular sus discursos, no pretende enseñar, ni corregir, solo abre un espacio honesto de expresion y reflexión en las distintas épocas de la humanidad.
Estoy de acuerdo Wilfer. Pero últimamente nos encontramos con algunas compañías de teatro infantil que no tienen esto tan claro. Y también los programadores insisten en la importancia didáctica, fundamentalmente presionados por los docentes que han de llevar a sus alumnos. Parece una pescadilla que se muerde la cola.
Estoy de acuerdo contigo Jesús, hemos creído por décadas que todo lo que hacemos para la infancia debe tener ese aspecto aleccionador y moralista, que debe machacarse en todo momento el mensaje, llegando a distorsionar incluso las obras de escritores, que quizás no estarían de acuerdo con esas adaptaciones “didácticas”.
La estética se aprecia, la belleza se goza.
Gracias Delmy por tu reflexión. Esa frase final es tan cierta y tan hermosa.
Aunque bien es cierto que el propio disfrute de algunas grandes obras ya es de por sí educativo, mostrándonos la dureza y la crudeza de las pasiones humanas o la belleza de sus actos. Aprehender lo bello ya es un aprendizaje en sí.
Está claro que no todo debe ser didáctico, y que se debe disfrutar del cine, el teatro, la literatura, la música… Como una expresión de cultura, sin fijarse tanto si es efucativo en valores o no. Pero tampoco hay que crucificar las obras educativas. Yo he ido con mi peque a ver muchos músicales y obras de teatro que aunque tenían un fondo educativo, eran muy amenos y divertidos, y que saliese de ellos queriendo repetir.
No está reñido el transmitir un valor con la diversión.
Si estoy de acuerdo en que la cultura no tenga que transmitir siempre unos valores, o ideas porque la cultura en sí misma ya es una enseñanza. Pero hasta los cuentos más clásicos, esos que ahora están tanal vistos, en su fondo enseñan algo.
Se ha llevado a la exageración hoy en día, que todo lo relacionado con el mundo infantil tiene que servir para algo, y ese es el problema real. Libros para los celos, para que deje el pañal… Y se pierde el placer de leer por leer. Igual pasa con las canciones, el teatro, el circo… En esta sociedad tan práctica todo ha de servir para algo, y se ha llevado a la exageración.
Hola Noemi,
sí, claro. El propio hecho de ir con tu hijo/a al teatro ya es educativo. Le estás enseñando que hay otras vías de expresión más allá que los videojuegos o la publicidad.
Creo que coincidimos en la necesidad de mostrar la cultura por su propio disfrute.
Me encantó el artículo. Soy mamá que educa en casa y estoy 100% de acuerdo con tus palabras. Pretendemos enseñar a los niños y las niñas, volvernos coachs, ahora que está tan de moda que te digan cómo vivir, y basamos el aprendizaje en herramientas directivas y carentes de todo pensamiento crítico. Y sí, la literatura infantil es otra alfombra que pretende ocultar el polvo social.
Hola Marisol. Gracias por tu comentario. Sí, desgraciadamente hemos confundido la educación con una fábrica de producir. Y a veces nos olvidamos del propio placer de la experiencia, del jugar por jugar, de la riqueza inherente al aburrimiento o perdernos sin dirección aparente.
Y en el teatro, parece que queremos que todo lo que va dirigido a los pequeños tenga ese objetivo. En fin, está bien que nos demos cuenta y modifiquemos en la medida de lo posible.