Estos días me han preguntado, para un artículo (para la web de familias y crianza El País), sobre la pertinencia, o no, del engaño de los Reyes Magos. Eso me ha hecho reflexionar sobre el tema y me parece una buena fecha para compartir mis reflexiones.
EL “ENGAÑO”…
Las cosas que pasan en los cuentos, en la ficción, muchas tradiciones o ritos, incluso los textos religiosos, suceden en ese territorio de la Verdad Simbólica. Los Reyes Magos, Papá Noel, el Tió, el Olentzero, el Hada de los Dientes, el Ratoncito Pérez, Baba… todos esos personajes mágicos y simbólicos también.
No son un engaño, no son una mentira, son una verdad simbólica. Cuando hablamos de engañar a la infancia, o de traicionar su confianza, o insistimos en que solamente da lugar a ensoñaciones (de esto ya hablamos en ESTE artículo) estamos situándonos, en exclusiva, en el territorio de la realidad, de la literalidad. No hay lugar para imaginar, soñar o crear en esa realidad tan plana.
La realidad es un lugar yermo. El acto creador; no ya el creativo, sino aquel capaz de cambiar justo esa realidad, esa energía que nos hace humanos no crece en un entorno íntegramente reducido a la realidad, sin posibilidad de soñar, de imaginar, y de entender, cuando corresponde, esa verdad simbólica.
Por eso, lo primero, es pensar si realmente estamos “engañando” a la infancia o si hay algo más profundo tras ese acto, algo que se repite durante siglos y miles de años y que tiene que ver con ofrecer dones a los recién llegados y, sobre todo, con los ritos de paso, tan importantes, simbólicamente.
LOS DONES Y REGALOS DE LA INFANCIA
Los dones de la infancia están en todos los ritos de bienvenida al mundo, en todas las culturas, a lo largo y ancho del mundo y durante toda la Historia de la Humanidad. En general, un bebé que llega al mundo siempre se ha considerado una bendición, que trae un pan bajo el brazo, la prosperidad… y, a la vez, se imploraba a las fuerzas divinas, que el bebé llegase con los mejores dones. Para que esos dones fueran propicios para todos se le hacían regalos a los bebés. Sigue siendo tradición recibir a los bebés con un regalo.
Pero en este triángulo entra otro elemento, los personajes. Ellos son los que “traen” esos regalos. Igual que las hadas, y otros seres benéficos de los cuentos, ofrecen estos dones que aseguran todo lo mejor. En contraposición a las brujas malvadas, duendes y otros personajes malignos, que se encargan de arrebatar todo lo bueno. Los regalos y castigos que ofrecen los dioses a algunos humanos en los mitos griegos son otro ejemplo de estos dones y sus carencias. Regalar, obsequiar, bendecir… todos tienen el mismo denominador común.
Regalar es un acto de generosidad y de empatía, de afecto, de acercamiento, de cuidado. Y los ritos que envuelven ese “regalo” tienen que ver con la verdad simbólica, la misma que habita las historias fabulosas, el territorio fértil de todo los posible, lo que nos enseña sobre la vida y sus misterios y, a la vez, sobre el acto de recibir y ofrecer regalos, obsequios, afecto. Aceptar que somos humanos y que necesitamos a ese otro que nos cuida y nos acepta y nos dice que nos quiere ofreciendo lo que tiene.
Por eso, en estos casos, el valor simbólico y emocional debería ser mucho más (o al menos igual de) importante que el monetario. Porque lo que estamos regalando no son cosas es un símbolo de nuestro afecto.
RATONES, RENOS Y REYES… ESE RITO DE PASO
El otro componente que conforma la elaboración cultural de estos personajes mágicos que traen regalos a los niños y niñas, un elemento menos visible pero tan importante como el acto de regalar (y los dones de la infancia), es la elaboración de un rito de paso. Dicen que los niños y niñas que no “creen en ellos” es porque han perdido la inocencia.
Analicemos este punto porque tiene mucho que decirnos. Yo diría que más que perder la inocencia la cuestión es que algunos niños y niñas rechazan todo lo que tenga que ver con la infancia. Viven, hoy en día, una vida adulta en miniatura. La elaboración natural de los ritos de paso suelen darse cuando la infancia (el niño o niña en particular) han alcanzado la madurez adecuada y tienen los recursos necesarios. Es decir, se da cuando corresponde y en su medida.
Pero, a veces, la infancia vive en un exceso de realidad, de responsabilidades y sin tiempos ni espacios propios para vivir la infancia, tiempo sin control ni actividades dirigidas, tiempos sin personas adultas o, al menos, sin personas adultas que les dejen, realmente, sus tiempos y espacios íntimos.
Este exceso de realidad tiene unas características visibles: suele fallar la creatividad, la ensoñación y las capacidades subjetiva y simbólica están mermadas. En general hay un exceso de consumo de productos de ocio enlatado o de productos “adultos”. También puede deberse, por supuesto, a una realidad social y cultural (por recursos y entorno) que instala a la infancia en ese territorio de nadie.
En esa tierra de nadie el exceso de realidad no es digerido: no hay barreras, ni recursos, ni experiencias, ni protección ante un excedente de estímulos adultos (series, vídeo-juegos, conversaciones, internet, pornografía…) que termina adormeciendo, por sobreexposición, la sensibilidad hacia todo lo que les recuerde que todavía son niños y niñas. Un rechazo hacia las cosas infantiles, como los Reyes Magos o Papá Noel o el Ratón Pérez.
LA TRAICIÓN… O NO
En otro punto están esos niños y niñas que se enteran de una forma (subjetivamente) traumática y se sienten traicionados para siempre. Las personas adultas en las que confiaban los han “engañado”. En este punto, el cómo se gestione ese descubrimiento será clave, si se adorna con más “engaños”, si no se trata con la seriedad requerida, si no se toma en serio el momento, ni al niño o niña que nos pregunta, la conversación es menospreciada o en tono condescendiente o burlón… heridas que perduran. Por supuesto, también influirá la propia sensibilidad del niño o niña.
Pero, cuando se descubre la verdad y se tienen los recursos necesarios, cuando la confianza con las personas adultas se genera a partir de una relación sana y honesta, lo normal es que se viva como un rito de paso. Así sucede en la mayoría de ocasiones. El poder participar del secreto, del misterio, tiene que ver con crecer, con ser más mayores, participar de las cosas de los mayores y así suele vivirse. En general esto no debería quitar ni un ápice de ilusión, al contrario, la ilusión se transforma y se convierte en una ilusión activa: formar parte del secreto es otro lugar de la verdad simbólica pero no la destruye. Lo habitual es que quieran seguir viviendo la noche de los regalos como siempre: sin saber qué regalos serán suyos y descubriéndolos por la mañana con la misma ilusión.
LA HONESTIDAD
Hablándoles de los Reyes, o de cualquier otra leyenda, personajes, historias o mitos estamos ofreciendo un espacio simbólico. Pero hay que tener en cuenta que, en un momento dado, la infancia llega a la fase del pensamiento lógico. Por propio desarrollo, por la propia evolución de la mente y el pensamiento, necesita explicarse el mundo real desde la lógica racional, esta edad, según Piaget, se da partir de los 9-10 años, dependiendo del niño o niña, por supuesto.
Habrá un momento, por tanto, que bien porque alguien les ha dicho o porque lo sospechan, que harán la pregunta. Y, por supuesto, la honestidad es fundamental para crear una relación saludable. Con la infancia, con nuestros hijos e hijas, con la pareja o con cualquier persona. Si alguien duda o nos pide una respuesta mirándonos a los ojos, creo la honestidad es el único camino.
Seguramente después, el niño, la niña, si tienen un mundo simbólico bien construido sabrán que esa verdad simbólica tiene que ver con la ilusión que se genera (como en las buenas historias y los cuentos), y, al igual que con los cuentos y las historias, que saben que son “mentira”, seguirán disfrutando igualmente de esos momentos.
BONUS: ¿CÓMO SE LO CUENTO?
Todas las preguntas que nos hagan con respecto a esos temas encierran una pregunta esencial: ¿por qué lo habéis hecho? No creo que haya una fórmula posible, pero sí hay, creo, un camino, de nuevo, apelar a la honestidad.
No podría decir qué fórmula sería adecuada pero puedo decir la que a mí me funcionó. Yo le conté a mi hijo, cuando me hizo la pregunta de la honestidad, que realmente a mí me gustaba tanto cuando era niña (y ahora también me gusta), que quise que él pudiera vivir esa emoción. La impaciencia, la espera, la ilusión… tuvimos una conversación, no muy larga, la verdad, donde le expuse mis motivos y le expliqué que yo no podía saber los motivos del niño que le había contado “el secreto”, eso le molestaba más que nada. El quedó convencido y, a los cinco minutos, volvió a habitar su verdad simbólica, lo supe porque me dijo: -Voy a escribir la carta, mamá. Y ahí zanjamos el tema.
©Texto: Mar Benegas
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Me ha encantado la cancion poema de despedida de año.Muchas Gracias!!
Gracias, Paloma, nos alegra que te guste.
Feliz año.